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Pasa el umbral.... No, no es aquí, dijo en sus adentros la verdulera. En este patio hay coches, veo lacayos, escudos de armas ... no, no es esta la casa de mi pobre señor Alfonso de Lamartine. Pregunta á los vecinos, y todos la aseguran que aquella es la casa del poeta.

Pasa segunda vez el umbral, se detiene, mira, da unos cuantos pasos con recelo.... La vecindad me engaña sin duda, decia para la aturdida mujer. Por fin, medio balbuceando, entera á uno de los criados del objeto que la llevaba, y la hacen entrar en un gabinete. Alfombras, cortinajes, dorados, tremoles.... ¿Que es esto? exclamaba la verdulera.

Acertó a pasar una mañana por la calle de las Maldonadas, donde tenía fábrica de buñuelos un conocido de la verdulera difunta; le preguntó el buñolero que cómo vivía; repuso el chico que peor; y tanta lástima supo inspirar, que allí se quedó cuidando de la venta al menudeo, sin promesa de recibir otro pago que la comida y lugar donde dormir. El sillero no volvió a saber de él.

Pensaba en su amigo, un joven rico que la verdulera no había visto nunca, pero, según murmuraba la gente, acabaría casándose con Julieta. No pudieron hablar más. Era la hora del , y empezaron á llegar las amigas de la señora, todas vestidas con unos trajes elegantes, raros y vistosos, que hacían parpadear á la vieja, desorientándola en sus opiniones.

A media tarde todos se convencieron de que era verdad. El gobierno anunciaba un armisticio, solicitado por los enemigos. La verdulera se encontró de pronto envuelta y arrastrada por una avalancha de gente que parecía rodar hacia el centro de París. Se mostraba frenética de alegría como todos; gritaba como todos.

Dicho escritor me pide un prólogo para la historia que piensa publicar, y me despido del asunto hasta entonces. Me han contado hoy cierta aventura muy notable de una mujer de Batiñoles. Esta mujer, que es una verdulera, supo que se habia abierto una suscricion á favor del célebre poeta de Lamartine, con el fin de que pudiera rescatar un castillo feudal, que tenia empezado.

Esto la hizo llorar, asegurando que era por culpa mía, porque yo no quiero vivir con ella y me empeño en seguir vendiendo verduras, lo mismo que cuando Julieta y su hermano eran pequeños.... Cada uno es como es. A , aunque soy pobre, no me gusta la manera de vivir de las artistas. ¿Digo mal, señor comisario?... El comisario había cesado de silbar y miraba á la verdulera con cierto interés.

Estuvo a punto de echarlo todo a rodar y ponerse a reñir como una verdulera, para lo cual tenía dotes especialísimas; pero un pensamiento interesado, un pensamiento de conservación la contuvo. Si rompía con su amiga, si la irritaba, las probabilidades de salvar su capital disminuían.

La llamaban doña María de las Nieves, y era una de las figuras más notables que presenta Madrid en la variadísima serie de los tipos de café. Iba algunas veces sola, otras con una mujer de mantón borrego que parecía verdulera acomodada.

Decididamente aquella vieja estaba loca, como le había dicho la doncella. Pero calló, por ser la abuela de la señora. Hasta la hora de la comida se mantuvo la verdulera en este paraíso, admirando sus magnificencias.