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Los oficiales del ejército y de la armada, entre ellos los ayudantes del General, los empleados y muchos grandes señores estaban ansiosos de saborear las delicadezas de la lengua francesa en boca de legítimas parisiennes; uníanse á ellos los que viajaron por las M. M. y chapurrearon un poco de francés durante el viaje, los que visitaron Paris y todos aquellos que querían echárselas de ilustrados.

A los magullamientos del buey traidor uníanse las bofetadas y escobazos de la madre; pero el héroe del Matadero pasaba por todo con tal que no le faltase la pitanza. «Pega, pero dame que comer.» Y con el apetito excitado por el ejercicio violento, engullía el pan duro, las judías averiadas, el bacalao putrefacto, todos los víveres de desecho que la hacendosa mujer buscaba en las tiendas para mantener a la familia con poco dinero.

Uníanse á estas desgracias otra mayor, que era la de haberse formado por el tiempo, ó poco antes, en el pueblo de Ayoayo, provincia de Sicasica, otro monstruoso caudillo de rebelion, mas cruel y sanguinario que todos los de su clase.

Cerrábase el establecimiento lo mismo que una fortaleza, y se armaban el patrón y sus dependientes con trabucos y fusiles viejos guardados debajo del mostrador como herramientas profesionales. A esta guarnición uníanse los parroquianos de los ranchos inmediatos, que corrían a refugiarse con sus familias en el boliche, único edificio de ladrillo en muchas leguas a la redonda.

Los dos extremos de la nave soltaban por sus caños la mugre líquida del populacho. Al chorro de agua cargada de cenizas y polvo de carbón que arrojaban en el mar los purgadores de las calderas, uníanse dos arroyos de líquido jabonoso y negruzco expelidos por la proa y la popa. Velaban con interés egoísta los de la comisaría por la salud y la limpieza del rebaño humano.

Un tonel aislado esparcía un perfume acre, que, como decía Montenegro, «llenaba la boca de agua». Era un vinagre famoso, de una vejez de ciento treinta años. Y a este olor seco y punzante uníanse el perfume azucarado de los vinos dulces, y el suave, de cuero, de los secos.

Y a las risas del orador, uníanse las carcajadas de todos los socios. ¡Aplastado el socialismo! ¡Qué gracia y qué palique tenía aquel muchacho!...

Estaba inquietísima, dando vueltas en la cama. El hijito pidió y tomó el pecho; pero no debía de encontrar muy abundante el repuesto, cuando a cada instante apartaba su boca, chillando desesperadamente. A sus gritos de necesidad y desconsuelo, uníanse los de su madre, que decía: «Hijo de mi alma... qué, ¿no hay?... Esa, esa bruja ratera tiene la culpa; ella te lo ha quitado.

Al angustioso movimiento de los pulmones uníanse ahora nerviosos estremecimientos, cada uno de los cuales parecía repercutir en los dos hermanos. Don Juan palidecía como si sufriera los movimientos dolorosos de aquel cuerpo inerte, y miraba a su hermana con la misma expresión que si fuese ella la que martirizara al enfermo.

Uníanse en el jardín las carcajadas de Monina, que saltaba a la cuerda, con los mugidos del mar, que azotaba a la costa, como si en aquella naturaleza tan bella, tan en calma, tan espléndida, se armonizara lo inocente con lo terrible, el mar y el niño, la extrema debilidad y la extrema fiereza.