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Después las lecturas belicosas de una poesía irresistible: Bonaparte, con su banderita, pasando el puente de Arcole entre las nubes de metralla, grande como un dios; luego, nuestros generales de ir por casa: Espartero en Luchana, O'Donnell en África, y sobre todos, Prim, el caudillo casi legendario, guiando con su sable los batallones en Castillejos: «Yo quiero ser lo mismo dicen los muchachos ; adonde llega un hombre, bien puede alcanzar otroEl entusiasmo se toma por predestinación, y cada uno se cree fabricado por Dios para ser un caudillo famoso.

Había visto morir a Canterac; ajusticiar a Merino, «nada menos que sobre el propio patíbulo», por ser él hermano de la Paz y Caridad; había visto matar a Chico..., precisamente ver no, pero oyó los tiritos, hallándose en la calle de las Velas; había visto a Fernando VII el 7 de Julio cuando salió al balcón a decir a los milicianos que sacudieran a los de la Guardia; había visto a Rodil y al sargento García arengando desde otro balcón, el año 36; había visto a O'Donnell y Espartero abrazándose, a Espartero solo saludando al pueblo, a O'Donnell solo, todo esto en un balcón, y por fin, en un balcón había visto también en fecha cercana a otro personaje diciendo a gritos que se habían acabado los Reyes.

La modestia es compañera inseparable del verdadero mérito dijo la dama trayendo a los labios con no poco trabajo, desde el fondo de su alma seca una gota de fiambre dulzura . Quizás me equivoque, ¿pero no es usted D. José O'Donnell? No soy O'Donnell. ¿No es usted comisionado de la Regencia secreta que se ha formado en Cataluña, presidida por el prepósito de los Jesuitas?

Esa comunidad disimulada diz que tiene por objeto el cuidado de la biblioteca y de todos los primores del edificio. Nada hay que extrañar en la piadosa maniobra de la reina, puesto que su primer ministro, el Mariscal O'Donnell, le ha dado el ejemplo de un buen sistema, declarando á las Cámaras que su Ministerio no moriría de empacho de legalidad.

Conviene saber que ninguno de los dos adversarios tenía ideas políticas, dándoseles un bledo de cuanto entonces se debatía en España; mas, por necesidad estratégica, representaba y encarnaba cada cual una tendencia y un partido: Barbacana, moderado antes de la Revolución, se declaraba ahora carlista; Trampeta, unionista bajo O'Donnell, avanzaba hacia el último confín del liberalismo vencedor.

Salieron, pues, á relucir los O'Donnell, los O'Reilly, los O'Ryan, los O'Connor, los O'Doly, los O'Shea, los O'Farril, los O'Kelly, los O'Neil, los O'Callagan, los O'Mulryan y todos aquellos cuyo apellido principia con O y apóstrofo, así como otros que tienen diferentes iniciales.

Después del fracaso de la intentona, y andando ya O'Donnell barriendo las calles de Madrid a metrallazos, no creyéndose bastante seguro en su escondite, salió en busca de otro, con su disfraz de carbonero; y en este viaje le alcanzó una peladilla y le tendió boca abajo.

Respecto del sol, la luna y todo lo demás del firmamento, sus nociones pertenecían al orden de los pueblos primitivos. Confesó un día que no sabía quién fue Colón. Creía que era un general, así como O'Donnell o Prim. En lo religioso no estaba más aventajada que en lo histórico. La poca doctrina cristiana que aprendió se le había olvidado.

Es hombre ocupadísimo». O bien esta: «Anda algo atrasada ahora la cobranza de los alquileres de mis casas». Máximo Manso, cuando se pone a contar cosas de ella, empieza y no concluye. En 1868 esta señora conservaba aún mucha parte de su ser antiguo y de las grandezas de su reinado social durante los cinco años de O'Donnell.

Mira qué tipos. ¿Prim?, un tunante. ¿O'Donnell?, un pillo. Tiranos todos y verdugos. Olózaga, Castelar, Sagasta, Cánovas. Parlanchines todos. ¿Y ese Thiers de Francia? Otro que tal. Cuando toquen a barrer, veréis cómo queda esto... Nada, nada; aplícate a este oficio y puede que llegues a notabilidad. Ya sabes, comerás y vestirás con tu trabajo. Toma y daca... y palante.