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Alguien se había interpuesto entre los dos, á pesar de que estaban abrazados estrechamente. El capitán, que empezaba á perder la conciencia de sus actos, lo mismo que un náufrago, descendiendo y descendiendo á través de las capas vibrantes de un placer sin límites, vió de pronto la cara de Esteban difunto, con los ojos vidriosos fijos en él.

Sintió él que se anudaban como tentáculos irresistibles en torno de su cuello los brazos soberanos, y que una boca dominadora se apoderaba de la suya lo mismo que en el Acuario... Y rodó bajo esta caricia de fiera, con el pensamiento perdido, olvidándose del resto del mundo, descendiendo y descendiendo por un mar de sensaciones nuevas, como un náufrago satisfecho de su suerte... Pero esta vez llegó al fondo.

Tal vez algun hermano fatigado Náufrago de los mares de la vida, Recobre aliento en su alma dolorida Al encontrar tu paso señalado. De pié, en accion, con varonil pujanza! Y el corazon dispuesto á todo evento, Sigamos de la vida el movimiento Guiados por el Trabajo y la Esperanza. EL CEMENTERIO DE CAMPA

Yo le di francamente todo mi pasado, y ella tal vez no me ha devuelto mas que mentiras. Miró otra vez á Robledo con angustia, esperando que éste le infundiese alguna fe en la incierta historia de su mujer. Parecía un náufrago buscando algo sólido donde agarrarse. Pero Robledo bajó la cabeza haciendo un gesto ambiguo.

Una noche tempestuosa su buque naufragó en el mar de Coral, junto a la costa australiana, y de los veinte hombres que componían la tripulación, sólo él y el viejo Van-Horn pudieron salvarse en un madero. No se desanimó por aquella desgracia, aunque fué para él un desastre.

Suponed, don Juan, un pobre náufrago que flota sobre una débil barca, sobre un mar siempre irritado, que ve al fin, cuando ya ha perdido la esperanza, una ribera fresca, hermosa, odorífera, que le llama, que le convida; suponed que el náufrago ha tocado á esa ribera, que se ha creído salvado, y que una nueva ola le ha arrastrado de nuevo, le ha apartado de aquella ribera amada, hasta que la ha perdido de vista.

Salió corriendo, con la misma ansia de luz y de aire libre que empuja al náufrago á la cubierta desde las entrañas del buque... Había transcurrido más tiempo del que él se imaginaba desde que se refugió en la obscuridad. El sol estaba muy alto. Vió en el jardín nuevos cadáveres en actitudes trágicas y grotescas.

Algo en , que me da miedo, me es imposible arrancar... ¡Náufrago soy que, sin brío, en medio de un mar bravío, no logró al puerto arribar! Está el horizonte obscuro... El corazón inseguro siento, templando, latir; y el mónstruo me empuja y roza y aunque cruel me destroza ¡me es imposible morir! ¡Terrible mar de la vida!

Un náufrago gigante que había pasado algún tiempo entre nosotros tuvo ocasión de volver á su tierra natal valiéndose de un bote en armonía con su talla que la marea arrastró hasta nuestras costas. Al emprender su viaje de regreso no iba solo.

Sobre todo, por parte de mi madre, por los Aguirres, la genealogía marítima es abundante e inacabable. Mi padre, Damián de Andía, fué también capitán de barco. Murió en el mar, en el Canal de la Mancha. Una noche, cerca del Finisterre inglés, naufragó la corbeta que mandaba, la Mary-Rose; sólo un marino pudo salvarse. A pesar de que yo era muy niño, recuerdo bastante bien a mi padre.