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Actualizado: 12 de mayo de 2025


, señor, pues no faltaba más... replicó Fortunata, que esperaba el resultado de aquel meditar y del frote de las manos. Pues declaró gravemente Nicolás, chupando su cigarrillo , me falta valor para lanzarla a usted al mundo malo; mejor dicho, la caridad y el ministerio que profeso me vedan hacerlo. Cuando un náufrago quiere salvarse, ¿es humano darle una patada desde la orilla?

Para un náufrago de la existencia como lo era ella, la solución que se le presentaba era, si no la dicha, al menos la vida, y, sobre todo, el término cierto, seguro, de su pesada esclavitud.

Muy cerca respondió el comandante . Pedro Santaló tenía una barca catalana que, habiendo dado a la vela para Cádiz, sufrió un temporal y naufragó en la costa. Todo se perdió, el buque y la gente, menos Pedro, que iba con su hija; como que a él le redobló las fuerzas el ansia de salvarla. Pudo llegar a tierra, pero arruinado; y quedó tan desanimado y triste, que no quiso volver a su tierra. Lo que fue labrar una choza entre esas rocas con los destrozos que habían quedado de la barca, y se metió a pescador.

Y estrechó, con calor, la mano que don Álvaro le ofrecía. La marcha fúnebre sonaba a los lejos. El chin, chin de los platillos, el rum rum del bombo servían de marco a las palabras grandilocuentes de Quintanar. ¡Qué sería del hombre en estas tormentas de la vida, si la amistad no ofreciera al pobre náufrago una tabla donde apoyarse!

Días enteros estuvo sin pensar en su adulterio ni en Quintanar; pero esto fue al principio de la mejoría; cuando el cuerpo débil volvió a sentir el amor de la vida, a la que se agarraba como un náufrago cansado de luchar con el oleaje de la muerte obscura y amarga. Con el alimento y la nueva fuerza reapareció el fantasma del crimen. ¡Oh, qué evidente era el mal! Ella estaba condenada.

Sintió dolor en las manos á causa de la tenacidad con que estaban agarradas al objeto providencial que le había servido de punto de apoyo en su agonía de náufrago. Los ojos de Gillespie, todavía mal abiertos, siguieron la longitud de uno de sus brazos, en busca de las manos, para encontrarlas al fin agarradas á una madera de color de manteca, pulida y brillante.

La ilusión fue completa cuando sintió rumor de agua, un chasquido semejante al de las olas mansas cuando juegan en los huecos de una peña o azotan el esqueleto de un buque náufrago. Por aquí hay agua dijo a su compañero.

Sacó el fondo de su armario de ropa blanca, que era un tesoro, y sus amigas pudieron contemplar un mar de espuma, de nieve y crema, de hilo fino espiritualizado de encajes de los más delicados. En medio de aquella espuma aparecía, como un náufrago, el rostro demacrado, amarillento, de Emma, que definitivamente había vuelto a desmoronarse en ruina que no admitía ya restauraciones.

Sentía en aquel instante irresistibles impulsos de adoración, de poner al descubierto su alma y explicar los sufrimientos que había experimentado en las últimas horas; los explicaba con el placer de un náufrago que, al amor del fuego, en un sillón confortable, cuenta los terribles peligros que ha corrido, seguro de no verse más expuesto á ellos.

Se sabía de memoria la comedia Flor de un día y su segunda parte Espinas de una flor. Nunca le fue posible recitar aquellos famosos versos: «Si oyes contar de un náufrago la historia, ya que en la tierra hasta el amor se olvida, etcsin hacer pucheritos y que la voz se anudase en la garganta.

Palabra del Dia

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