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Dorotea comprendió su intención por su acento, y se apresuró á decir: Antes de pensar mal de , escuchadme. Habéis dicho una herejía. No por cierto. Suponed... que por un accidente cualquiera nos separásemos... hoy; que no nos volviésemos á ver... Pero eso no puede ser.

Suponed dos ondas sólidas encadenadas, la una colosal, que al descender produce una vasta hoya sinuosa ó quebrada en mil pliegues, y vuelve á levantarse adelante para reproducir su forma general en otra onda mucho menor, que al descender á su turno se disuelve en una serie de planos inclinados y llanuras, tal es la estructura de Suiza.

Suponed, don Juan, un pobre náufrago que flota sobre una débil barca, sobre un mar siempre irritado, que ve al fin, cuando ya ha perdido la esperanza, una ribera fresca, hermosa, odorífera, que le llama, que le convida; suponed que el náufrago ha tocado á esa ribera, que se ha creído salvado, y que una nueva ola le ha arrastrado de nuevo, le ha apartado de aquella ribera amada, hasta que la ha perdido de vista.

Y suponed que cuando acabéis de pronunciar esa blasfemia aparece de repente el sol en una explosión de luz y de armonía: que lleváis una mano a vuestros ojos que se deslumbran, y otra sobre vuestro corazón que se enternece lleno de una nueva vida, y que cuando volveis a abrir los ojos os encontráis de nuevo en las tinieblas, enardecido por el próximo y candente recuerdo de la luz divina que os ha deslumbrado, de la armonía de los cielos que ha reanimado vuestro ser... y después de haber supuesto esto suponed vuestra desesperación, vuestro dolor.

Suponed por un momento que el sol no existe: que sólo os alumbra una luz artificial: que habéis recorrido el mundo armado de una linterna, tropezando aquí, cayendo allá, buscando no qué quimera de vuestro pensamiento; que habéis aplicado la luz de vuestra linterna al semblante de todo el que habéis encontrado, y habéis visto un rostro repugnante del cual habéis apartado los ojos con hastío; que habéis seguido siempre adelante buscando vuestro fantasma y os habéis cansado al fin; habéis arrojado la linterna y os habéis quedado a oscuras, exclamando: El mundo es la horrible verdad de lo monstruoso, de lo deforme: la vida una carga insoportable; el hombre nuestro hermano no existe; la mujer nuestra ayuda es sueño.

Suponed todo eso, repito, y tendreis apénas una idea muy vaga de las maravillas que contiene Suiza. El habitante de Colombia que no ha viajado en Europa, no tiene idea de las formas de este continente, con solo imaginar valles y llanuras, lagos y rios, bosques y praderas, montañas y mares.

Pero ¿es esto bastante para formar un concepto cabal de la misma, para que se me presente á la imaginacion tal como es en ? Ciertamente que no. ¿Quereis una prueba? Suponed que el que ha oido la relacion es un retratista de mucho mérito; ¿será capaz de retratar á la persona descrita?

Suponed que un conjunto de instrumentos dispuestos con el conveniente mecanismo ejecutan con admirable precision las mejores concepciones de Bellini ó de Mozart; ¿á qué se reduce todo falta un ser sensible? á vibraciones del aire combinadas con cierta ley; á puros movimientos de un flúido sometidos á una precision geométrica.

Suponed que no me llamo Quevedo. Eso no es posible. Suponed que soy un hombre de bien, que me encuentro con una pobre loca y que deseo curarla. Dudo que lo consigáis. Pero vamos al asunto; contestadme á lo que os he preguntado: decid lo que habéis pensado de en las tres distintas situaciones en que os he visto. Empecemos por lo del convento.

Pero suponed que un general que está sitiando una plaza, y nada puede contra ella, tiene la imprudencia de enviar un pomposo parte al gobierno, anunciándole que la ha tomado por asalto y estan en su poder los restos de la guarnicion que no han perecido en la refriega; á pocos dias sabrá el gobierno, sabrá el público, sabrá el mismo ejército, que el general ha mentido de una manera tan escandalosa; y la burla y la afrenta que caerán sobre el impostor le harán pagar cara su gloria de momento.