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Me dijiste, asceta, que es triste la vida, que amor es llorar, que no mentiste cuando lo dijiste; mas dime, poeta, ¿hay algo en la vida más dulce que amar? Yo te odio, asceta, porque que sientes con sinceridad. Te amo, poeta, porque que mientes la realidad. Filósofo, Poeta, que mirais las cosas tristes de este mundo, uno, muy profundo, con ojos de asceta y otro, como rosas;

Por eso te desafío A ti, a tres, a seis, a doce, Y os reto como a villanos, Como a infames y traidores, De que no tenéis palabra Ni miráis obligaciones; Que no hay entre todos uno Que el amigo no deshonre. Dame mi esposa, Rodrigo, Si mis palabras te corren; Que no he de salir del campo Menos que muera o la cobre.

6 Y estando prestos para castigar a toda desobediencia, cuando vuestra obediencia fuere cumplida. 7 ¿Miráis las cosas según la apariencia? El que está confiado en mismo que es de Cristo, esto también piense por mismo, que como él es de Cristo, así también nosotros somos de Cristo.

Con la extraña rapidez de percepción que caracteriza a la mujer, creyó Juana sorprender algo de lo que pasaba, en la mirada riente y turbación del joven; un ligero rubor cubría su frente, hizo girar su abanico y levantando la cabeza con cierta timidez medrosa: ¿Qué tenéis? díjole . ¿Por qué me miráis así? ¡Estáis tan bella! contestó Jacobo bajando la voz . ¡Me hacéis mal!

Observolo atentamente, admiró la flexibilidad de sus músculos, el vigoroso perfil de sus mandíbulas, y creyó hacer un descubrimiento trascendental, digno de un naturalista, observando que el gato es un tigre en miniatura. ¿Qué diablo miráis en ese punto? preguntole el marqués, dándole, con cariño, una palmada en el hombro.

Pues vos no me conocéis: 1445 Por Dios que algún hombre he muerto Aquí donde me miráis. Con los ojos, yo lo creo. DO

¿Por qué me miráis de ese modo? exclamó volviéndose de pronto. Y al decir esto se puso fuertemente colorada. Doña Paula y Venturita soltaron una carcajada. El pelotón de espectadores corrió por las calles en dirección al muelle.

Es verdad dijo el padre Aliaga ; vos no os llamáis Margarita, pero ese mismo nombre tenía una infeliz á quien os parecéis como vos misma cuando os miráis al espejo. ¡Oh Dios mío, qué semejanza tan extraordinaria!

No mirais aquel mendigo De aquella iglesia á la puerta, Cuya miseria despierta Simpática compasion; Y que á todos los que pasan Tendiendo mano transida, Pide con voz dolorida Una limosna por Dios! Es un mártir de la patria, Un soldado valeroso Del estandarte glorioso Que el hemisferio cruzó; Soldado que en otro tiempo Hizo temblar al guerrero Y que hoy pide al pasagero: Una limosna por Dios!

Le miráis su «chica» ó pasáis por el pié de su ventana una vez y se pica; á la segunda os pone el ceño hosco; á la tercera os dice con enfado y acento provocador: « Eh, señorito! Si ujté me le pela el ojo á ejta chica otra vée, ya puée saber que lo chicoteo, ú nos chicotéamo! Con que si quiée sarbar er burto, coja ujté er camino y á otra parte con la música