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Comiendo y hablando, tuve yo que decir, porque me lo preguntaron mis locuaces comensales, qué cosas se comían por los pudientes, y a qué horas, en «esos mundos de Dios». De todo se admiraban aquellas sencillísimas mujeres; y yo, al notarlo, me complacía en apurar la nota, y así llegué a ponderarles el exquisito sabor de las ancas de rana y de los nidos de golondrina, entre otras distinguidas y elegantes porquerías alimenticias que cité.

Lacante sonríe con bondad ante esos holocaustos en su honor y defiende a las víctimas con buenas razones un poco flojas. Su equidad natural se deja adormecer por el rumor de esas adulaciones abundantes y locuaces, que no le permiten siquiera desarrollar su opinión.

Las gentes de la capital, al leer esto, se miraban aterradas, no encontrando en su atolondramiento palabras capaces de expresar su asombro. Los más locuaces sólo sabían decir: ¿Será posible?... ¿Será posible todo eso? La actitud del gobierno les hacía ver que era posible eso y aun algo más, que no decían los periódicos, pero que las gentes se comunicaban en voz baja.

El local era una taberna retocada, con ridículas elegancias entre pueblo y señorío; dorados chillones; las paredes pintorreadas de marinas y paisajes; ambiente fétido, y parroquia mixta de pobretería y vendedores del Rastro, locuaces, indolentes, algunos agarrados a los periódicos, y otros oyendo la lectura, todos muy a gusto en aquel vagar bullicioso, entre salivazos, humo de mal tabaco y olores de aguardiente.

La danza añadió con sus movimientos, medidos y locuaces, nuevos estímulos á la ilusión y al gusto de los ojos.

Ya está el hatillo hecho; ya nada falta; ahora, á dormir, que la noche va muy de vencida y hay que madrugar. Y á la mañana siguiente todos se reúnen en la estación: ellas locuaces y nerviosas, ellos simpáticos, con sus semblantes afeitados y sus sombreros blandos de fieltro; y todos alegres, por efecto de la costumbre que tienen de fingir. ¿Vámonos? Vámonos. Suenan un silbido y una campana.

La tía Etelvina, que acostumbraba pasar el día encerrada en su habitación, buscaba ahora la compañía de las jóvenes, y a menudo su rostro de piedra se contraía con una sonrisa al escuchar las salidas de la huéspeda. Hasta los criados servían con más agrado y eran más locuaces. No dejaba de sorprenderme, sin embargo, aquella alegría y aturdimiento de Gloria.

Ya el Sultán, desesperado a fuerza de hastío, revolvía en su mente el saludable proyecto de degollar con su propio alfanje tres o cuatro de aquellos ruiseñores sapientes, eligiéndolos de entre los más floridos y locuaces en su parla, cuando el famoso Aben-Jomiz, que había sido diez años alfajeme, otros tantos boticario, siempre viajando y herbolizando, algunas veces matando y jamás curando, y que había concluído por ser tan entendido médico como consejero profundo, dió señales de hablar.

Ambos venían encarnados, risueños y extraordinariamente locuaces. Los ojos les brillaban con fuego alegre y malicioso, que llamó la atención de sus amigos. Ahí va un cigarro, D. Martín dijo el joven presbítero, ofreciéndole uno de acreditada vitola, igual al que él estaba chupando voluptuosamente.

Eran el uno muy alto y el otro muy bajo: los dos de espesas patillas grises; poco risueños ambos y nada locuaces.