United States or North Macedonia ? Vote for the TOP Country of the Week !


Estas poco optimistas cavilaciones las supuse inducidas por el pastel que todavía tenía en el estómago, de manera que me levanté y dije a Ingomar que me mostrara la habitación, pues quería acostarme. Siguiendo al terrible bárbaro, que blandía una vela de sebo encendida, subí por la escalera arriba, hacia mi cuarto.

Contome varias anécdotas de los allemani, que exhalaban todas un fuerte aroma del desierto, y sobre todo guardaban cabal armonía con la siniestra casa: habló de cómo Ingomar había muerto algunos osos terribles, cuyas pieles cubrían su cama; de cómo cazaba gamos, de cuya piel hermosamente adornada y bordada por su esposa, se vestía; de cómo había muerto a varios indios y de cómo él mismo estuvo una vez a punto de seguir la misma suerte.

Permanecí sentado, hablando con Ingomar, que parecía encontrarse en su centro.

Abrevaron rápidamente los caballos, terminó su faena el conductor y, despidiéndome de Partenia, ocupé mi sitio en la diligencia. Quedé en seguida profundamente dormido para soñar que visitaba a Partenia e Ingomar, y que era agasajado con pastel a discreción, hasta que a la mañana siguiente me desperté en Sacramento.

Al llegar aquí, llevó a los ojos sus manos delgadas y enrojecidas y por algunos momentos permaneció en silencio. Una ráfaga de viento sopló con furia en torno de la casa y dio una embestida violenta contra la puerta de entrada, mientras que Ingomar, el bárbaro, en su lecho de pieles de la trastienda, roncaba con placidez beatífica.

Naturalmente que en el valor y fuerza de su marido habría encontrado siempre una protección contra las agresiones y los ultrajes de todo género. ¡Eso había que decirlo bien claro! Cuando Ingomar estaba con ella, no temía nada; pero era muy nerviosa, y un día le dieron un susto regular. ¿Cómo? Era en los primeros tiempos de su estancia en California.

Continuamos hablando un buen rato; el viento soplaba todavía, e Ingomar roncaba en su lecho de pieles, cuando resonaron en la calle ruedas y herraduras y el relinche de caballos. Era la diligencia del correo. Partenia corrió a despertar a Ingomar, y casi simultáneamente el galante conductor se apareció ante , llamándome por mi nombre y convidándome a beber de una misteriosa botella que llevaba.

Al volverse el posadero hacia ella, el singular recuerdo dramático centelleó claramente ante en un par de versos: Dos almas con un solo pensamiento y palpitando acorde el corazón... Se trataba de Ingomar y Partenia, su mujer. Ni más ni menos.

Habían establecido una casa de bebidas y vendían licores y refrescos a los pasantes. Abner era hospitalario, y bebía con todo el mundo por el aliciente de la popularidad y del negocio; a Ingomar comenzó a gustarle el licor y acabó por tomarle excesiva afición.

Antes de retirarse Ingomar me trajo una de las pieles de oso, y echándola sobre una especie de ataúd que estaba en un rincón, aseguró que me abrigaría cómodamente y se despidió, deseándome un feliz sueño. Me estaba todavía desnudando, cuando la luz se apagó a la mitad de esta operación; me acurruqué bajo la piel de oso y traté de acomodarme lo mejor posible para conciliar pronto el sueño.