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Diez minutos después, el ruidoso expreso de Calais a Roma, el limitado tren compuesto de tres vagones-cama, coche-restaurant y coche de equipajes, entraba en la gran estación abovedada, y, despidiéndome del ridículo viejo Babbo, subía al tren y me era señalado mi compartimiento hasta Calais.

Bueno dije para ; ya sabemos algo; y despidiéndome de mi compadre, me metí en Madrid y me fuí en derechura á casa del conde de Lemos. Yo esperaba que habiéndole sido levantado el destierro á su excelencia, y estando cerca, hubiese llegado á Madrid, y no me engañé.

Llorando mi desgracia, recordando mis muchos merecimientos, teniendo los galardones atrasados, doliéndome de los golpes futuros y despidiéndome en mente no sólo de vos, sino de aquellos cautivos cien ducados, tan llorados como perdidos, resolví volverme para España y buscar partido en esas aventuras de las Indias.

»No terminaré despidiéndome de usted, amiga mía, porque con ese motivo pienso escribirle una carta muy extensa en la que habré de hacerle mis recomendaciones: entre todas, la primera debe ser la de hablarle de a Magdalena todos los días, sin olvidar ni uno soloSábado, a las cinco de la tarde. «Me marcho mañana, querida Antoñita.

13 no tuve reposo en mi espíritu, por no haber hallado a Tito, mi hermano; y así, despidiéndome de ellos, partí para Macedonia. 14 Mas a Dios gracias; el cual hace que siempre triunfemos en el Cristo Jesús y manifiesta el olor de su conocimiento por nosotros en todo lugar. 15 Porque por Dios somos buen olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden;

Pues señor, como decía, diose a Renovales un pequeño cuerpo de ejército, y en este cuerpo de ejército me incluyeron a , obligándome, casi enfermo todavía, a seguir al loco guerrillero en su más loca expedición. Obedecí y embarqueme con él, despidiéndome de mis amigos. ¡Oh, qué aventura tan penosa, tan desairada, tan funesta, tan estéril!

Abrevaron rápidamente los caballos, terminó su faena el conductor y, despidiéndome de Partenia, ocupé mi sitio en la diligencia. Quedé en seguida profundamente dormido para soñar que visitaba a Partenia e Ingomar, y que era agasajado con pastel a discreción, hasta que a la mañana siguiente me desperté en Sacramento.

Pasé unos pocos días en París preparándome para la larga travesía y despidiéndome de las comodidades de aquella vida que, una vez que se ha probado, con todas sus delicadezas intelectuales y con todo su confort material, aparece como la única existencia lógica para el hombre sobre la tierra. ¡Qué error, qué triste error el de aquellos que no ven a París sino bajo el prisma de sus placeres brutales y enervantes!

«Usted dirá» volvió a indicar Joaquín, dejando a un lado la cajita y tomando las manos de Isidora. Esta se puso a temblar, tuvo miedo, porque Joaquín se le hizo más guapo, más seductor, más caballero, revistiéndose de todas las perfecciones imaginables. «¿Me porto mal dijo él con voz blanda ; me porto mal en pago de la ofensa que usted me hizo despidiéndome y diciéndome que no podía quererme?».