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La traza, la barba y el libro del ermitaño infundiéron respeto en Zadig, y en su conversacion encontró superiores luces.

Ella le había tratado de usted hasta este momento, por miedo á ser oída y por mantenerle á distancia, como si hablase con un amigo. Pero la tristeza de su amante acabó con su frialdad. No; yo te quiero á ti... yo te querré siempre. La sencillez con que dijo esto y su repentino tuteo infundieron confianza á Desnoyers. ¿Y el otro? preguntó con ansiedad.

Cuando llegó el momento de matar su segundo toro, estos pensamientos le infundieron un tranquilo valor. ¡Con él no acababa ningún animal! Haría cuanto pudiese para no ponerse al alcance de sus cuernos. Al ir hacia la fiera tuvo el mismo gesto arrogante de sus grandes tardes: «¡Fuera too er mundoLa muchedumbre se agitó con un murmullo de satisfacción.

El apóstrofe de aquel hombre, tenido por un oráculo; su singular aspecto, su severa mirada y el eco de su vocecilla, nos infundieron tal pavor, que hubo de transcurrir buen espacio de tiempo antes que yo tomase aliento, y sacara la poetisa su flacon, y cerrara la boca el excelente Duque.

Las riquezas, que habían acudido á su seno de todas partes, infundieron naturalmente el deseo de gozarlas de mil maneras, y el teatro, que satisfacía más que otro medio alguno, tratándose de un pueblo ingenioso y lleno de grandiosos recuerdos é imágenes, ese anhelo del alma, ocurrió plenamente á esa necesidad imperiosa, y con tanto mayor motivo, cuanto que, contando ya con una larga preparación, podía sin trabajo constituir el foco de la vida moral de la nación entera.

Allí, a pesar de lo diáfano del ambiente, caminó casi en tinieblas. El ruido monótono del arroyo que corría a su lado y la oscuridad le infundieron melancolía. No pudo menos de pensar que era la última vez que atravesaba aquel camino, tantas veces trillado y con tal alegría durante algunos meses.

Después, mis visitas al pueblo, el caso de Facia relatado por Chisco, la adquisición de la amistad del médico y lo que con todo ello se fue enlazando naturalmente, dieron nuevo empuje a esta buena tendencia mía y me infundieron mayor apego a las cosas y vicisitudes de aquellas sencillas gentes.

Su señoría, sitiado por hambre, tuvo entonces que abandonar la corte, y se retiró a hacer penitencia en Villafría, donde murió, al año de estar, de unas calenturas malignas, que infundieron en su sangre la falta de metales y la sobra de bilis. Todo el caudal del marqués, a su muerte, podría producir, a lo sumo, 16.000 rs. al año.

En cambio le pareció que Alicia era distinta: más alta que nunca, más pálida, con unos ojos que de pronto le infundieron miedo. El abrazo cayó sobre él, y á continuación todo un cuerpo que parecía derrumbarse, falto de fuerzas. Sintió contra su pecho un pecho jadeante; los brazos de ella eran de una frialdad cadavérica; una lluvia cálida humedeció su cuello. ¡Miguel!... ¡Miguel! gemía Alicia.

La sorpresa, el acento sarcástico y amenazador del clérigo, y la vista del bulto de don Segis, que permanecía a algunos pasos, inmóvil, como fuerza de reserva, infundieron tal pavor en Sinforoso, que en algún tiempo no pudo articular palabra. Sólo cuando el teniente avanzó hacia él un paso, logró decir: Tranquilícese usted, don Benigno. Yo no le he nombrado a usted.