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A la turquesa á que se adaptan las anteriores reflexiones, se relacionan la generalidad de las vivientes hechuras que andan por esas calles de Dios respirando ciencia y saber. La pícara afición á las digresiones, más de una vez nos lleva fuera de Marianas, bien es cierto que aquellas islas son parte integrante de Filipinas y escribimos á la sombra de las conchas de su capital.

Gastó en gargantillas de todos colores, en sortijas, espejucos y alfilerones de todas hechuras, un dineral: todo lo ahorrado de sus soldadas y algo más que pidió a cuenta, afrontando valerosa las indignidades con que la apostrofaba su amo.

Sus pies calzaban medias de seda, ceñía su talle corsé de raso, era pródiga en perfumar el baño, cuidábase con ahínco las manos y, aunque hiciese ostentación de vestir humildemente, la ropa blanca que gastaba era un primor en adornos, lienzos y hechuras: bajo vestidos lisos y de lana, solía ocultar enaguas guarnecidas de costosos encajes.

Más allá, fue pasando el Goethe entre filas de vapores de diversas hechuras y capacidades. Formaban una ciudad flotante, una ciudad muerta, sin otro signo de vida que algún bote que se deslizaba de un buque a otro.

Quien conozca poco o mucho el mecanismo electoral no dudará que el gobernador hizo jugar el telégrafo para que sin pérdida de tiempo, y por más influencias que se atravesasen, fuese removido el juez de Cebre y las pocas hechuras de Barbacana que en el distrito restaban ya.

Solía Miranda hacer, de pascuas a ramos, tal cual escapatoria a Madrid, y en una de las últimas encontró al Don Fulano del señor Joaquín a quien llamaremos Colmenar por respetos a su incógnito , amostazado y furioso con otro Don Zutano que se empeñaba en desbaratarle sus combinaciones todas y en echarle por tierra todas sus hechuras.

Y sin esperar bendición, sacan los caballeros de la tabla redonda sus cuchillas ó gañavetes de diversas hechuras, que algunos se hicieron para matar puercos, otros para desollar borregos, otros para cortar bolsas; y cogen entre manos los pobres huesos y así los van desforneciendo de sus nervios y cuerdas, como si toda su vida hubiesen andado á la práctica de la anatomía en Guadalupe ó en Valencia, y en un credo los dejan más tersos y limpios que el marfil.

Después, en versos más o menos congruentes, añade: ¿De dónde iba a ser, si no? ¿Dónde hay este garbo, esta sal, estos andares, estas hechuras?... El público va inflamándose poco a poco en un sentimiento mixto de amor a la patria y de entusiasmo por la cupletista. ¡Viva España! grita la chica al final. ¡Viva! contestan varias voces. Pero no creo que nadie piense en Sagunto ni en Covadonga.

El duque de Lerma, que después de una larga vida de cortesano, que le había hecho práctico en la intriga, llegó á ser árbitro de los destinos de España como ministro universal al advenimiento al trono de Felipe III, se había visto obligado, desde el principio de su privanza, á rodear al rey de hechuras suyas, á intervenir hasta en las interioridades domésticas de la familia real, y, lo que era más fatigoso y difícil, á contrabalancear la influencia de Margarita de Austria que, menos nula que el rey, quería ser reina.

A ver si hay castellana de leyenda que mejor arrastre la fimbria de su vestido; ni que con más lindo ni mejor calzado pie hunda más gallardamente el espeso vellón de una alfombra; ni cuerpo en que mejor caiga una bata de paño de seda gris con encajes de Bruselas; ni curvas de más valiente trazo para lucir las hechuras de una prenda semejante; ni cabeza más airosa sobre cuello mejor colocado.