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Al oír esto no estuvo en tener más la risa, despedíme cuanto antes pude del sabio don Timoteo, y fuíme a soltar la carcajada al medio del arroyo a todo mi placer. ¡Por vida de Apolo! salí diciendo. ¿Y es este don Timoteo? ¿Y cree que la sabiduría está reducida a hacer anacreónticas? ¿Y porque ha hecho una oda le llaman sabio? ¡Oh reputaciones fáciles! ¡Oh pueblo bondadoso!

Veremos quién más puede respondían los otros. Los dos bandos que habían nacido años antes y crecían lentamente, aunque todavía débiles, torpes y sin brío, iban sacudiendo los andadores, soltaban el pecho y la papilla y se llevaban las manos a la boca, sintiendo que les nacían los dientes. Despedime de Amaranta y su amiga, prometiendo visitarlas al día siguiente, como en efecto lo hice.

Poniéndome en marcha hacia la casa del médico, a quien deseaba pagar su visita aquel día, despedíme del Tarumbo; pero éste, atajándome a la mitad de la despedida, díjome que «payá» iba él también, porque cabalmente estaban las dos casas, la suya y la del médico, frente por frente, y echó a andar a mi lado.

Yo si va a decir verdad , aunque los compañeros me querían guiar a otras compañías, como no aspiraba a semejantes oficios, y el andar en ellos era por necesidad, viéndome con dineros y bien puesto, no traté más que de holgarme. Despedíme de todos; tomé mi camino para Sevilla, donde, como en tierra más ancha, quise probar ventura. Pasé el camino de Toledo a Sevilla prósperamente.

En vista de ello, supuse una ocupación urgente, despedíme de él y salí del café, haciendo que me reía de sus lucubraciones, ó, lo que es lo mismo, comentando la sesión en términos iguales ó parecidos á los que han servido de introducción á este bosquejo.

Recuerdo que en la madrugada de un día de otoño frío y lluvioso, salí de mi pueblo para Madrid. Despedime de mi madre, y turbado y conmovido como nunca lo había estado, bajé a escape la escalera en compañía de mi padre. Ambos marchábamos embozados hasta las cejas, no si por miedo al frío o por no vernos las caras.

En vista de ello, despedíme hasta el mediodía, y me volví a mi cuarto donde me aguardaba Chisco... y el café caliente, con tostadas, que por encargo del mozón me había preparado Tona... En fin, que media hora después estábamos Chisco y yo, armados hasta los dientes, en el portal, donde Pito Salces, con su espingarda al hombro y una perruca faldera al lado, entretenía sus impaciencias oliscando a Tona en sus trajines de arriba.

Despedíme de todos; fuéronse, y yo, que entendí salir de mala vida con no ser farsante, si no lo ha V. Md. por enojo, di en amante de red, como cofia, y por hablar más claro, en pretendiente de Antecristo, que es lo mismo que galán de monjas.

Justo, justo dije, bajando la cabeza con aprobación, y pensando mientras tanto: «¡Ah, gran tuno, qué poco te acordarías de esos tiquis miquis si no fuera por el olor del beneficioDespedime de él, no sin prometerle alguna otra visita para convenir lo que habíamos de hacer en aquel asunto.

Bajé a nuestra huerta antigua Y despedíme en voz alta De los árboles y flores, De las fuentes y las aguas; Diles mil abrazos tiernos, Y ellos también se inclinaban A darme para ti muchos, Que aun tienen alma las plantas. Puse al estribo las mías Sin el arzón, y a la casa Le dije volviendo el rostro: Piedras, Jarifa me aguarda.