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El P. José Quiroga, uno de los miembros mas ilustrados y laboriosos de la Compañia de Jesus en estas Provincias, nació en 1707 en Fabás, pequeña aldea de la jurisdiccion de la Coruña, en Galicia. La proximidad de este puerto, y la continua conmemoracion que se hacia en su familia de los viages de un deudo que frecuentaba las Colonias, avivaron su natural deseo de visitarlas.

¡Qué efecto no producirían en nuestros artistas, en nuestros capitanes y literatos los esplendores de las grandes ciudades italianas al visitarlas por vez primera! ¿Cómo extrañar entonces que nuestros antepasados enamorándose de aquellas bellezas, se deleitaran con su estudio y ansiasen la posesión de aquellas preciosidades para transportarlas á sus opulentas mansiones españolas!

Era de Carmen Aliaga, venía de aquella casa romántica y de aquella gente que había intervenido en la misteriosa tragedia de su padre suicida. Carmen era la menor de ellas. Se manifestaba extrañada de que no hubiese vuelto Adriana a visitarlas después de una tarde en que las había "encantado y sorprendido inolvidablemente".

Gracias a él, las señoras de ambos lados venían a visitarlas, atraídas por el brillo purpúreo de su faja de seda y el esplendor de su cruz de oro. Y Monseñor, sonriendo bonachonamente, se esforzaba por mostrarse galante y pretendía entretener al femenil concurso con chistes aprendidos en el seminario y recuerdos de sus estudios clásicos.

El Conde, hecho así muy amigo de don Braulio, hubo de acompañar algunas noches a las dos hermanas hasta la casa de ellas; y como doña Beatriz se la ofreció, él pudo visitarlas y las visitó del modo más correcto. Nada de esto hacía recelar a don Braulio.

La piedad religiosa pareció acuñarse para sus manos: lo más elegante y rico de la Corte les otorgó su apoyo. No había por aquel tiempo mujer devota ni dama encopetada que dejara de visitarlas. Dos hermanitas venían diariamente a Madrid a recoger ofrendas, y como tenían la colecta admirablemente organizada por distritos y barrios, se presentaban en palacios y casas a hora conveniente.

Veremos quién más puede respondían los otros. Los dos bandos que habían nacido años antes y crecían lentamente, aunque todavía débiles, torpes y sin brío, iban sacudiendo los andadores, soltaban el pecho y la papilla y se llevaban las manos a la boca, sintiendo que les nacían los dientes. Despedime de Amaranta y su amiga, prometiendo visitarlas al día siguiente, como en efecto lo hice.