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Era la guerra preventiva recomendada por el general Bernhardi y otros compatriotas ilustres. Resultaba peligroso esperar á que los enemigos estuvieran preparados y fuesen ellos los que la declarasen.

Pero el que más se desesperaba era el barbero, cuya bacía, allí delante de sus ojos, se le había vuelto en yelmo de Mambrino, y cuya albarda pensaba sin duda alguna que se le había de volver en jaez rico de caballo; y los unos y los otros se reían de ver cómo andaba don Fernando tomando los votos de unos en otros, hablándolos al oído para que en secreto declarasen si era albarda o jaez aquella joya sobre quien tanto se había peleado.

Sin embargo desde un principio manifestó el cabildo su deseo de no desprenderse de ella: las limosnas que producia á la Fábrica fueron primero escelente pretesto para retenerla desde la primavera del año 1529 hasta fines del año 31; la mala vigilancia que con ella se habia tenido en su santuario, dando lugar á que un rústico de Antequera, nuevo Diomedes, osase robar el paladion de la moderna Córdoba, fué despues motivo suficiente para que en 1536 se declarasen el cabildo y la ciudad con derecho de patronazgo á su custodia en su santa casa; en el año 1576 el obispo D. Bernardo de Fresneda, con la gran devocion que cobró á esta santa imágen, la detuvo en Córdoba casi tres años, en cuyo tiempo mandó hacerle un vestido de plata y un precioso trono con peana de lo mismo, con la estátua de S. Bernardo y la suya de rodillas, y en los cuatro lados del trono grabada en grandes láminas, tambien de plata, la historia del pastor que trajo la milagrosa imágen de Portugal; el obispo Pazos intentó formalmente en 1586 que no volviera á salir de la catedral, donde quiso erigirle nueva capilla; el cabildo en 1596 probó con hechos que á fuer de patrono podia en caso necesario llevársela adonde mejor le pareciese, porque ofendido de la ilegal donacion que el obispo Portocarrero habia hecho de su santuario, la tuvo depositada en la capilla de S. Pedro hasta que aquel prelado fué trasladado á Cuenca; y finalmente la sequía del año 1699 fué la que dió ocasion á fijar definitivamente la permanencia perpétua de la milagrosa imágen en la catedral, para consuelo del pueblo cordobés y remedio en sus aflicciones y necesidades .

Otra consistía en mostrarse celosos los unos de los otros y en obligar a sus respectivas damas a que declarasen en público sus preferencias. Si uno de ellos, convenidos entre anteriormente, regalaba una flor a Joaquinita, el amante de esta exigía que la arrojase al suelo y disimuladamente la pisase.

No lo son menos los documentos del Caj. I, leg.ª 7 y 10, entre los cuales hay un memorial entregado á los condes de Cabra á nombre de diferentes personas que habian los agentes de Luzero llevado presas á los alcázares para que declarasen crímenes de que jamás habian tenido ni remota idea.

tuviera yo en mi arca los ocho mil reales, los hubiera traído y se los hubiera dado a ustedes en cambio de un papel, firmado por ustedes, donde declarasen que Antoñuelo nada les debía y que no tenían contra él la menor queja.

Un wazir, profundo estadista, aseguraba que aquella catástrofe estaba preparada por los enemigos, y que así era preciso desterrar a todos los desafectos de la dinastía Nacerita; otro wazir, todavía más sagaz, añadía que suponiendo este horrendo plan, el cual era patente como la luz del día, debiera deducirse que los cristianos eran los autores de la trama, como enemigos jurados de la gloria de la casa reinante, y que debieran ponerse todos en tormento para que declarasen la verdad.

El Pacense á entender que los Moros habian quitado algunos bienes á los Cristianos en tiempo de paz, y que Alahor se los volvió para sacar de ellos tributos. A los mismos Sarracenos que habian entrado en España con la primera conquista los encarcelaba y atormentaba para que declarasen los tesoros que habian escondido.

Cerró la carta el secretario y despachó luego al correo; y, juntándose los burladores de Sancho, dieron orden entre cómo despacharle del gobierno; y aquella tarde la pasó Sancho en hacer algunas ordenanzas tocantes al buen gobierno de la que él imaginaba ser ínsula, y ordenó que no hubiese regatones de los bastimentos en la república, y que pudiesen meter en ella vino de las partes que quisiesen, con aditamento que declarasen el lugar de donde era, para ponerle el precio según su estimación, bondad y fama, y el que lo aguase o le mudase el nombre, perdiese la vida por ello.