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Esa noche hay banquete entre los griegos, con vinos de miel y bueyes asados; y Diomedes y Ulises entran solos en el campo enemigo a espiar lo que prepara Troya, y vuelven, manchados de sangre, con los caballos y el carro del rey tracio. Al amanecer, la batalla es en el murallón que han levantado los griegos en la playa frente a sus buques. Los troyanos han vencido a los griegos en el llano.

Sin embargo desde un principio manifestó el cabildo su deseo de no desprenderse de ella: las limosnas que producia á la Fábrica fueron primero escelente pretesto para retenerla desde la primavera del año 1529 hasta fines del año 31; la mala vigilancia que con ella se habia tenido en su santuario, dando lugar á que un rústico de Antequera, nuevo Diomedes, osase robar el paladion de la moderna Córdoba, fué despues motivo suficiente para que en 1536 se declarasen el cabildo y la ciudad con derecho de patronazgo á su custodia en su santa casa; en el año 1576 el obispo D. Bernardo de Fresneda, con la gran devocion que cobró á esta santa imágen, la detuvo en Córdoba casi tres años, en cuyo tiempo mandó hacerle un vestido de plata y un precioso trono con peana de lo mismo, con la estátua de S. Bernardo y la suya de rodillas, y en los cuatro lados del trono grabada en grandes láminas, tambien de plata, la historia del pastor que trajo la milagrosa imágen de Portugal; el obispo Pazos intentó formalmente en 1586 que no volviera á salir de la catedral, donde quiso erigirle nueva capilla; el cabildo en 1596 probó con hechos que á fuer de patrono podia en caso necesario llevársela adonde mejor le pareciese, porque ofendido de la ilegal donacion que el obispo Portocarrero habia hecho de su santuario, la tuvo depositada en la capilla de S. Pedro hasta que aquel prelado fué trasladado á Cuenca; y finalmente la sequía del año 1699 fué la que dió ocasion á fijar definitivamente la permanencia perpétua de la milagrosa imágen en la catedral, para consuelo del pueblo cordobés y remedio en sus aflicciones y necesidades .

Grandes guerreros hay entre los griegos: Ulises, que era tan alto que andaba entre los demás hombres como un macho entre el rebaño de carneros; Ajax, con el escudo de ocho capas, siete de cuero y una de bronce; Diomedes, que entra en la pelea resplandeciente, devastando como un león hambriento en un rebaño: pero mientras Aquiles esté ofendido, los vencedores serán los guerreros de Troya: Héctor, el hijo de Príamo; Eneas, el hijo de la diosa Venus; Sarpedón, el más valiente de los reyes que vino a ayudar a Troya, el que subió al cielo en brazos del Sueño y de la Muerte, a que lo besase en la frente su padre Júpiter, cuando lo mató Patroclo de un lanzazo.

En los mismos tiempos de Homero, el que ganó por fin el sitio, y entró en Troya, no fue Ajax el del escudo, ni Aquiles el de la lanza, ni Diomedes el del carro, sino Ulises, que era el hombre de ingenio, y ponía en paz a los envidiosos, y pensaba pronto, lo que no les ocurría a los demás.

Una esquina adornada con una fuente las ocultó á los pocos pasos. Cuando Ulises, después de un ligero almuerzo en el restorán Diómedes, llegó corriendo á la estación, el tren iba á partir. Deseaba ver Salerno, célebre en la Edad Media por sus médicos y sus navegantes, y á continuación los templos ruinosos de Pestum.

El poema entero está escrito para contar lo que sucedió a los griegos desde que Aquiles se dio por ofendido: la disputa de los reyes, el consejo de los dioses del Olimpo, en que deciden los dioses que los troyanos venzan a los griegos, en castigo de la ofensa de Agamenón a Aquiles, el combate de Paris, hijo de Príamo, con Menelao, el esposo de Helena, la tregua que hubo entre los dos ejércitos, y el modo con que el arquero troyano Pandaro la rompió con su flechazo a Menelao, la batalla del primer día, en que el valentísimo Diomedes tuvo casi muerto a Eneas de una pedrada, la visita de Héctor, el héroe de Troya a su esposa Andrómaca, que lo veía pelear desde el muro, la batalla del segundo día, en que Diomedes huye en su carro de pelear, perseguido por Héctor vencedor, la embajada que le mandan los griegos a Aquiles, para que vuelva a ayudarlos en los combates, porque desde que él no pelea están ganando los troyanos, la batalla de los barcos, en que ni el mismo Ajax puede defender las naves griegas del asalto, hasta que Aquiles consiente en que Patroclo pelee con su armadura, la muerte de Patroclo, la vuelta de Aquiles al combate, con la armadura nueva que le hizo el dios Vulcano, el desafío de Aquiles y Héctor, la muerte de Héctor, y las súplicas con que su padre Príamo logra que Aquiles le devuelva el cadáver, para quemarlo en Troya en la pira de honor, y guardar los huesos blancos en una caja de oro.

Ha habido cien batallas sobre los cuerpos de los héroes muertos. Ulises defiende el cuerpo de Diomedes con su escudo, y los troyanos le caen encima como los perros al jabalí. Desde los muros disparan sus lanzas los reyes griegos contra Héctor victorioso, que ataca por todas partes. Caen los bravos, los de Troya y los de Grecia, como los pinos a los hachazos del leñador.

Minerva toma la figura del viejo Néstor, que hablaba dulce como la miel, y aconseja a Agamenón que ataque a Troya. Venus desata el casco de Paris cuando el enemigo Menelao lo va arrastrando del casco por la tierra: y se lleva a Paris por el aire. Venus también se lleva a Eneas, vencido por Diomedes, en sus brazos blancos.

En el tiempo de Homero, ningún guerrero fue identificado con su Aquiles, o con su Ajax, o con su Diomedes, ni ningún rey con su Nestor; y, sin embargo, ese rey y esos guerreros, que no han existido jamás, son seres vivientes.

Y entonces fue la fiesta de los funerales, que duró doce días: primero una carrera con los carros de pelear, que ganó Diomedes; luego una pelea a puñetazos entre dos, hasta que quedó uno como muerto; después una lucha a cuerpo desnudo, de Ulises con Ajax; y la corrida de a pie, que ganó Ulises; y un combate con escudo y lanza; y otro de flechas, para ver quién era el mejor flechero; y otro de lanceadores, para ver quién tiraba más lejos la lanza.