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El español había concentrado en Carlitos toda la necesidad de amar que sienten los célibes en los linderos de la vejez. Era muy rico y su fortuna iría ampliándose todavía más con el transcurso de los años, según fueran sometidas al cultivo las tierras recientemente irrigadas. Si alguna vez le hablaban de sus millones, miraba al hijo de Celinda, apodándolo «mi príncipe heredero».

Únicamente por la noche, en el silencio del claustro alto, aquellos matrimonios que se reproducían y morían entre las piedras de la catedral osaban repetirse las murmuraciones del templo, la interminable maraña de chismes que crecía sobre la monótona existencia eclesiástica, lo que los canónigos murmuraban contra Su Eminencia y lo que el cardenal decía del cabildo, guerra sorda que se reproducía a cada elevación arzobispal; intrigas y despechos de célibes amargados por la ambición y el favoritismo; odios atávicos que recordaban la época en que los clérigos elegían a sus prelados, mandando sobre ellos, en vez de gemir, como ahora, bajo la férrea presión de la voluntad arzobispal.

En ella la dama de esclarecido linage que hasta ahora habia vivido ocultando su verdadera , y que, depuesto ya todo humano respeto, ha consumado el sacrificio para una madre mas costoso, cual es el abandono de sus cariñosos hijos ; en ella el rico hacendado, hijo de mahometanos, que tomando de su heróica esposa ejemplo de abnegacion y fortaleza, y aleccionado en la provechosa escuela de los justos perseguidos y encarcelados, reparte su riqueza entre los pobres y las iglesias, y confia su prole ¡ya en breve huérfana! al tranquilo amparo de un humilde claustro de religiosas ; en ella el mendicante peregrino de lejanas tierras enseñoreadas por los infieles, que nacido en la gloriosa Belen y profeso en el célebre monasterio de S. Sabas, termina su trabajosa cuestacion por Africa y España, pidiendo en Córdoba al consejo de Abde-r-rahman el eterno descanso á la sombra de la palma de los mártires ; en ella numerosos monges, unos nacidos de noble linage, otros nobles por sus hechos y virtudes; en ella finalmente ricos y pobres, sabios é ignorantes en las humanas letras; versados en los estudios y trato de los árabes, y extraños de todo punto á su lengua y comercio; aventajados en la corte, y oscuros mozárabes de la Ajerquía; casados, célibes, eunucos; los unos criados entre parientes mahometanos, y sin embargo cristianos desde la infancia; los otros hijos de cristianos, pero tenidos por musulmanes hasta el momento de recibir de Dios el don de caridad y fortaleza, que los convierte de repente de tibios y meticulosos en paladines declarados de la , sedientos de la salvacion de las almas y de las salutíferas aguas de la tribulacion.

Así, poco a poco, vino organizándose la concepción de una voluntad previa, como antecedente del mundo real y un mundo imaginario para la vida imaginaria, con su correspondiente regidor y juez supremo, con su corte celestial y sus gehennas y su portero perpetuo, y, poseídos de incurable terror ante el factor universal de la vida y la muerte, de las plagas, las pestes, los terremotos y las tempestades, los hacedores de dioses no volvieron a tenerlas todas consigo, ni aun cuando discurrieron apaciguarlos con sacrificios humanos en un principio, principalmente primogénitos, niños inocentes y doncellas, y finalmente con el sacrificio parcial de la circuncisión, sustituida entre los cristianos por el bautismo; con sacrificios de animales más adelante, de preferencia corderos, palomas y toros célibes; con sacrificios de dinero y alhajas, en último resorte, como se estila ahora; ni aún sacrificándolo él mismo a él mismo el sacrificio máximo esto es, comiéndoselo en persona, desde luego, para tenerlo adentro en manera de específico deificante y depurante de maldades y pecados, como lo practican actualmente los ainos de la isla de Sakalín, cuyo Dios anual es un oso cazado cachorro en el bosque, criado con golosinas, mimado y venerado, y al fin muerto, descuartizado, distribuido y comido solemnemente en la gran fiesta religiosa; comiéndoselo, más tarde, en la persona de un vicario consagrado anualmente, como lo practicaban todavía los mejicanos en la época del descubrimiento de América; y, finalmente, en el canibalismo simbólico de la misa, según la forma copiada del culto de Mitra, en el pan y el vino de la eucaristía transubstanciados por ceremonias mágicas en la carne y la sangre del hijo de Dios sacrificado a Dios última expresión del cordero pascual y del inocente chivo emisario, encargado de llevarse al desierto los pecados de los hombres y expiarlos con sus propias penurias y tribulaciones.