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La clase segunda, diversa de la anterior, es la de aquellos dramas, cuyo argumento, á la verdad, en los elementos más inmediatos, que lo constituyen, se refieren también á algo más elevado; pero en ellos el suceso, que se representa, reviste, en virtud del arte de la composición, toda su natural importancía, aparece en seguida de manifiesto, y no necesita de lo simbólico para que se comprenda y se conozca sin trabajo.

Cuando su objeto es simbólico ó alegórico, como sucede á menudo en sus composiciones religiosas, prescinde de lo característico, y sus personajes aparecen como símbolos de ideas generales, como representantes de facultades determinadas del alma.

El autor le ha planteado; pero en la conclusión le elude más bien que le resuelve. Ha hecho bien, después de todo. En el arte agradan y dominan siempre aquellos personajes en quienes resta un fondo inaccesible a las miradas de la crítica. De este modo quedan como algo simbólico y misterioso entrevisto en el crepúsculo de la poesía, que adivina tales naturalezas más bien que las penetra.

Siete son los principios o elementos que en armonioso conjunto constituyen el ser humano. El número siete es simbólico y posee no pocas virtudes. Según nuestra Constitución social y política, histórica y filosófica, interna y externa, la vida de acción acaba en cada individuo cuando este cumple siete docenas de años.

Y no tuvo escrúpulo en asustarle un poco más de lo que estaba, recordándole las penas del Infierno, aunque estos recursos de terror le repugnaban a ella. Quintanar mostraba gran empeño en sostener que el fuego de que se trataba no era material, era simbólico. No es de fe repetía en mi opinión, creer que ese fuego es físico, material; es un símbolo, el símbolo del remordimiento.

También un compatriota del señor Muñoz Pabón, el sevillano Diego de Hojeda, compuso un hermoso poema sobre la muerte y pasión de Cristo; pero Hojeda nada inventa ni añade a lo esencial de los sucesos que los Evangelios refieren. La actividad de su imaginación se emplea sólo en lo alegórico, simbólico y ultramundano.

Las ricas arborescencias donde se descoge la actividad de esas tribus laboriosas, los ingeniosos laberintos que parecen buscar un hilo, ese profundo juego simbólico de vida vegetal y de toda vida, es el esfuerzo de una idea, de la libertad cautiva, sus tímidos tanteos hacia la prometida luz, relámpago encantador del alma joven comprometida en la vida común; pero que, suavemente, sin violencia, con gracia, se emancipaba de ella.

Tal es, en compendio, todo el poema de FAUSTO, del cual sólo la primera parte va aquí traducida. Sería tarea interminable si nos pusiéramos a hablar de cada una de sus escenas y a buscar interpretaciones. Sin interpretación alguna, como ya hemos dicho, todo tiene un sentido simbólico inmediato por demás trasparente. No hay que interpretar el poema hasta leerle.

La pasionaría perdería su valor simbólico; y hasta el amor al novio o al marido o al amante, que ella combina siempre con el presentimiento de deleites inmortales, y que idealiza, hermosea y ensalza con mil vagos arreboles de misticismo, se convertiría en cualquiera cosa, bastante menos poética. Tal es, en general, la mujer de la provincia de Córdoba.

Un momento después la puerta se abría para dejar paso al barón Julio Grèbe, conocido por los gomosos de su laya por «Fin de Siglo»; era este el sobrenombre que él se daba, llevándolo con más orgullo que un título, en razón a que sus amigos llamábanlo familiarmente por tan simbólico apodo.