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Mendelessohn aprendió a tocar antes que a hablar, y a los doce años ya había escrito tres cuartetos para piano, violines y contrabajo: dieciséis años cumplía cuando acabó su primera ópera Las Bodas de Camacho; a los dieciocho escribió su sonata en si bemol; antes de los veinte compuso su Sueño de una Noche de Verano; a los veintidós su Sinfonía de Reforma, y no cesó de escribir obras profundas y dificilísimas hasta los treinta y ocho, que murió.

La diminuta orquesta les secundó perfectamente; Pero he aquí que a D. Miguel se le antoja mirar con malos ojos al pobre contrabajo, tan sólo porque no pasaba el arco sobre las cuerda más que de vez en cuando. El párroco estaba de rodillas y tenía delante y vuelto de espaldas al músico. Mirábale de hito en hito y cada vez con mayor excitación.

Un momento después se oyen sus pasos en la escalera que conduce a la buhardilla. Cuando vuelve a entrar, echa tímidamente una mirada a Juan; después se sienta otra vez en su sitio, con los ojos bajos. De la aldea llegan gritos de alegría, aclamaciones con las cuales se mezclan las notas agudas del violín y los sonidos graves del contrabajo. ¿Iríais de buena gana, eh?

Las voces parecían subir un poco de tono. Es que ha llegado al capítulo de las amenazas se decía la señora, siempre pegada a la puerta. Y como no percibía una sílaba, se aferraba a su idea de salir y desbaratarlo todo. Seguía el duelo allá dentro entre la voz grave, la de don Bernardino, y una vocecita delgada, la del otro; tal como si un contrabajo y un flautín ensayaran, cada cual por su lado.

Mil pensamientos de exterminio se le amontonaron en el cerebro mientras su mirada torva y siniestra permanecía clavada en las espaldas del infeliz contrabajo, bien ajeno por cierto de los sentimientos sanguinarios que en aquel momento inspiraba su inofensiva persona.

El templo, adornado como ya sabemos por lo más selecto de la sociedad femenina de Peñascosa, estaba deslumbrante de lentejuelas, arañas y cirios. El día anterior había llegado una exigua orquesta de Lancia, compuesta de dos violines, una viola, un violoncello y un contrabajo, y con ella tres o cuatro cantores de la catedral.

Cuatro docenas de cohetes de dinamita, capaces de estremecer a los muertos en sus tumbas, anunciaron su salida. La murga municipal saludó al astro del día tocando por las calles la famosa polka de los paraguas. Después se situó en el Campo de los Desmayos, rodeada de un enjambre de chiquillos, y ejecutó algunas piezas de ópera. El mar, batiendo suavemente en las peñas, le servía de contrabajo.