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Y mientras la muchedumbre alada ó rampante corre sedienta de un lado á otro, la cigarra se ríe de esta escasez. Con su rostro, que es sutil, duro y perforante como una barrena, taladra uno de los innumerables toneles de sus bodegas inagotables.

Y quedó al descubierto la gran mentira que ha servido de ejemplo moral á los hombres y aún continuará sirviendo, pues la humanidad no deshace camino, ni modifica fácilmente sus ideas elementales. Fíjese, amigo mío: la cigarra no puede implorar un préstamo para vivir en invierno, por la simple razón de que sólo vive unas semanas y muere en el verano. La cigarra no come, chupa.

Los importunos alados zumban pedigüeños en torno de la cigarra, interrumpiendo su musical embriaguez; pero los más temibles de estos intrusos son las hormigas, bestias de un egoísmo desvergonzado y arrollador. Las más pequeñas se deslizan por debajo del vientre de la cantora, que, bonachona y tolerante, levanta las patas traseras para no estorbar su camino.

Donde la pobre oveja deja su lana enganchada a los espinos. Donde no se siente en verano el murmullo de las aguas. Ni el susurro de las hojas agitadas por el viento. Ni el canto del ruiseñor, cuyas melodías de paz consuelan el alma. Bajo los rayos de aquel sol cobrizo, sólo la cigarra ensordece con sus chirridos.

En el bochorno de la tarde estiva, sueña la flor y duerme hasta la idea. Sólo aparece como mancha viva, allá en lo alto, la llama que caldea. Silencio y paz... El único sonido que el ambiente volcánico desgarra, lo da, bajo el ramaje florecido, con su música agreste, la cigarra.

Y de pronto suena un chirrido largo, igual, uniforme, que se quiebra a poco en un ris-rás ligero y cadencioso. Luego, otra cigarra comienza; luego, otra; luego, otra... Y todas cantan con una algarabía de ritmos sonorosos. Azorín gusta de observar las plantas. En sus paseos por el monte y por los campos, este estudio es uno de sus recreos predilectos.

Este animal sólo existe en la región asoleada del olivo, y París, donde vivió La Fontaine, no tiene olivos. Es indudable que tomó esta historia de los griegos. Los niños de la Atenas de Pericles, al ir á la escuela con su capacito de esparto lleno de higos secos y de olivas, se contaban el cuento de la cigarra imprevisora que tuvo que pedir un préstamo á la hormiga.

Música del sol, habitante de las alturas, poeta del follaje, se nutre únicamente con el vino de la Naturaleza, con la savia que circula por las arterias de los árboles. La cigarra no ha ido nunca en la realidad al encuentro de la hormiga. La ignora ó huye de ella como de un enano grosero y maléfico. Es la hormiga la que la busca y la acecha para aprovecharse de su trabajo.

En Fray Luis de León fuíste cigarra que endulzaba el reposo de la siesta, y tonada de amor de la tierruca en los cuadros agrestes de Pereda; caballero gentil de la Armonía en el rugiente "Niágara" de Heredia, batir de alas de ingrávidos querubes en las trovas ardientes de Teresa.

Por fortuna, se había confinado en la literatura regional, y su inspiración no admitía otro ropaje que el del verso valenciano. Fuera de Valencia y sus pasadas glorias, sólo la Grecia merecía su admiración. Una vez al año le veía Ulises puesto de frac, con el pecho constelado de condecoraciones y una cigarra de oro en la solapa, distintivo de los felibres de Provenza.