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A mediados del siglo XVI tomó tal vuelo entre nosotros la enseñanza, que en Galicia las Ordenanzas de Mondoñedo castigaban con tres años de destierro a los padres cuyos niños no iban a la escuela; se prohibía que pudieran ser alcaldes los que no sabían leer y escribir; y en Madrid se multaba en dos mil maravedís al hombre cuyos hijos no iban al estudio municipal, con lo que se procuraba secularizar la enseñanza, evitando que la juventud acudiese a las cátedras de los frailes.

La segunda, que era puramente decorativa, pasaba desapercibida: la primera era formada por un mocetón de color bronceado vistiendo amplio chiripá de grano de oro, caído hasta el taco de la charolada bota de campana, camiseta de merino negro tableada, pañuelo volador de seda punzó, sombrero chambergo de felpa con un barbijo lleno de borlas que le castigaban la nariz y la barba y por una moza, no mal parecida, que lucía entre el cabello negro, lustroso, un ramo de fragantes claveles rojos y que indudablemente era la consentida del mocetón.

D. ANGEL DE SAAVEDRA, DUQUE DE RIVAS, nacido en Córdoba en 1791, después de muchas vicisitudes, que ya lo elevaban á los cargos supremos del Estado, ya lo castigaban con persecuciones y el destierro, embajador español á esta fecha en la corte de las dos Sicilias, se familiarizó con las obras de los poetas ingleses durante su larga residencia en Londres y Malta, logrando con estos estudios formarse una idea más libre y más exacta de lo que constituye la esencia de la poesía, en la época en que las teorías francesas dominaban sin rival en su patria.

Le decían que tenía un papá que la quería mucho y era el que mandaba los vestidos y el dinero y todo. Pero él no podía venir, porque estaba matando moros. La castigaban mucho, pero no la pegaban; eran encierros, ayunos y el castigo peor, el de acostarse temprano.

Consideraba cómo los reñían con suavidad, los castigaban con misericordia, los animaban con ejemplos, los incitaban con premios y los sobrellevaban con cordura, y, finalmente, cómo les pintaban la fealdad y horror de los vicios, y les dibujaban la hermosura de las virtudes, para que, aborrecidos ellos y amadas ellas, consiguiesen el fin para que fueron criados.

13 y no la voz de los que me castigaban; y a los que me enseñaban no incliné mi oído! 14 Casi en todo mal he estado, en medio de la sociedad y de la congregación. 15 Bebe el agua de tu propia cisterna, y las corrientes de tu propio pozo. 17 Sean para ti solo, y no para los extraños contigo. 18 Será bendito tu manantial; y alégrate de la mujer de tu juventud.

Las pocas cartas que el muchacho recibía leíalas ella de cabo a rabo, y frecuentemente dictaba la respuesta: cuando le castigaban, le llevaba la comida a la prisión; algunas veces llegó por su propia autoridad a levantar el castigo, y lo que aún es más grave, a recriminar al profesor que se lo había impuesto. Por la pendiente de la soberanía se llega muy pronto al absolutismo.

Ya no era posible evitar esto, porque la infamia se había consumado; pero ¿por qué al dolor de esta puñalada se había de añadir otro más hondo todavía? ¿No era sobrada crueldad herirla, para que también se pretendiera matarla? ¿En qué me rebelaba yo contra las iras del cielo, que castigaban mis pecados, pidiendo la vida de la inocente?

Luego le fió que era el tal marida zeloso y mal criado, y le dió á entender que le castigaban los Dioses privándole de los preciosos efectos de aquel sacro fuego, el único que hace á los hombres semejantes á los inmortales; por fin dexó caer una liga.