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Actualizado: 4 de julio de 2025


Amor, celos y rendimiento, hasta tocar en los límites de la locura, había visto en su bella indiana; que si ella no hubiese estado enamorada hasta volverse loca por él, ni en su busca hubiera enviado disfrazada a su doncella, ni a buscarle hubiera ido a un lugar tan indigno de ella como el bodegón de la tía Zarandaja, ni con tan celoso ahínco allí le hubiera hablado, ni con tan cuidadoso recelo se hubiera llevado consigo a la hermosa Margarita; que para nuestro mancebo era cosa manifiesta, que más por separarla de él se la había llevado que por caridad, puesto que ella fuese de condición tierna y caritativa.

Pasó bien media hora antes de que el embozado saliese, y cuando Cervantes le hubo visto, metiose por una callejuela inmediata, volviose al figón, y púsose delante de la tía Zarandaja, que se turbó, y por encubrir su turbación le dijo: Bien se os conoce que sois honrado, y que tenéis conciencia, y que no habéis querido dejar de pagarme la buena taza de caldo con vino trasañejo de Montilla, que se tomó aquella desventurada doncella con quien primero vinisteis.

Tenía la tía Zarandaja sus motivos para que la importase en gran manera por doña Guiomar y por Cervantes lo que el señor Viváis-mil-años la dijese, porque el rapista y ella habían hablado mucho de un cierto señor que andaba sin seso y casi convertido en alma en pena por la hermosísima viuda.

Alegráronsele los ojos y aun las entrañas a Viváis-mil-años, porque se le ocurrió que la que de tal manera, y con dos que parecían maestros de obras, buscaba trazas y tomaba medidas en la huerta, debía haber comprado la casa, y empezó a echar cuentas con los provechos que tan buena vecindad podía procurarle; porque pensar que a tal divina beldad no habían de acudir como moscas a la miel los enamorados, era ser simple, y ya el rapista inventaba historias y enredos, que daba por seguros, y en los cuales él andaría como una importantísima persona, lo cual le produciría buenos escudos, cuando no sendos doblones; por todo lo cual, y ansioso de inquirir lo que hubiese, dejó la ventana, se dejó ir por las fementidas escaleras, y se lanzó en la calle, yendo a dar con su cuerpo en el bodegón de la tía Zarandaja, que en cuanto le vio acudió a la marmita, llenó una escudilla con uña de vaca y morcilla de lustre, y se fue al cabo de mesa, donde, en lo último del figón, se había sentado, como lo acostumbraba, el señor Viváis-mil-años.

Escuchando estuvo atentamente Cervantes a la tía Zarandaja, y cuando hubo ésta acabado, la dijo: ¿Y nada os preguntó ese hombre acerca de , que cuando junto a pasó, pareciome que me miraba con recelo? que me preguntó, y con encarecimiento, contestó la tía Zarandaja; pero yo, que pude decirle mucho, nada le dije, porque me importa mucho más servir a la buena señora, mi vecina, que al otro.

Dios os lo pague por la buena voluntad, que me tenéis, que cuando a vos vengo a ampararme, porque ya me considero ahorcado, vos me tiráis de los pies. Y no a que perdáis vengo yo, tía Zarandaja, sino a que ganéis la mitad de mil ducados, que porque le sirva me ha dado don Baltasar de Peralta. Y vedlos aquí en buenos doblones de a ocho de los del cuño del emperador.

Creerla no quería doña Guiomar, cuando la oyó decir que a Cervantes había encontrado en un tan no decente lugar como el bodegón de la tía Zarandaja, y en compañía de una hermosísima joven en hábito de miseria y de enfermedad; pero como Florela lo afirmase y la dijese que ella misma por sus propios ojos podría convencerse si la siguiese, perdida toda prudencia y todo miramiento la hermosa indiana, arrebatada por la locura de sus celos, que no lo serían si hasta la locura no llegasen, amontonose, y a salga lo que saliere, y sin importársele nada de otra cosa que no fuese su amor, que en tan dolorosos cuidados y tan mortales ansias la ponía, hizo que sin dilación Florela la prendiese un manto, y en el momento con ella saliose por el jardín y el postigo, y se fue a dar con toda su nobleza, toda su altivez, toda su riqueza y toda su hermosura, en el bodegón de la tía Zarandaja, en donde se entró de rondón y como si hubiese ido a buscar allí lo que más que la vida y la honra la importase.

Y con esto, dándola el brazo doña Guiomar, para que en él se sostuviese, salieron seguidas de Florela, y al postigo del jardín se encaminaron, y por él entraron en la casa. De como Cervantes encontró casa de la tía Zarandaja más de lo que había querido buscar. Suspenso quedose Miguel de Cervantes, cuando hubieron desaparecido doña Guiomar, Margarita y Florela.

Pues dándome ya por casado con doña Guiomar, dijo Cervantes, mirad si yo os recompensaré bien por lo que ahora me sirváis; antes ha de faltaros talego, que escudos para llenarle. Pues diga vuesa merced, señor soldado, dijo relumbrándole los ojos la tía Zarandaja. Quédese aquí por ahora, dijo Cervantes, que yo vendré más tarde y hablaremos.

Y la tía Zarandaja cerró, y fuese luego a su marmita con una escudilla de cobre, ancha y honda, que llenó de gazofia, yendo a ponerla, con un buen pan blanco, a lo que añadió un mediano jarro lleno de vino, delante del señor Viváis-mil-años.

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