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Actualizado: 4 de octubre de 2025
Encubría su negro odio a Margarita doña Guiomar, y consolábala y acariciábala, como si hubiera creído que sólo por la muerte de su madre era el dolor y la congoja, cuyas muestras no podía ocultar Margarita. En tanto, Cervantes encaminábase al próximo bodegón de la tía Zarandaja.
Y entrose la tía Zarandaja, y fuese a las hornillas, y sentáronse a un lado, y en el cabo de una larga mesa, Miguel y Margarita, él pensativo, ella triste y abatida; cuando hete aquí que se presentó, a la puerta, y en ella se detuvo, y adentro miró con curiosidad y atención, y su mirada se detuvo, penetrante y grave en nuestro Miguel, una extraña persona.
Comía, bebía y callaba Viváis-mil-años; pero gesticulaba y guiñaba los ojos alternativamente como hablando consigo mismo, todo lo cual metía mucho más en curiosidad a la tía Zarandaja, que como había visto lo que doña Guiomar favorecía y lo mucho que amaba a aquel soldado que tenía encerrado, por favorecer sus amores esperaba mucha cosa.
Así pues, decidme lo que os parezca, y si os pareciere no hacer lo que se os pide, tornadme esos doblones e ireme yo a otra parte en donde mejor dispuestos estén a ayudarme. El alma hubiera dado antes la tía Zarandaja que los doblones, que ya había sepultado en la honda faltriquera que llevaba debajo de la saya. Así es que dijo: Hablando, las gentes se entienden; y cuanto más honradas son, mejor.
Tropezábase por entonces en Sevilla a cada paso con una opulenta hostería, lugar de morada, de pasatiempo y placeres de la gente alegre, noble y rica, pero olíales el resuello a las más a una legua a carestía, y no era la menguada bolsa de Miguel la que podía atreverse con ninguna de ellas, ni aun con la más humilde; no había que pasar de bodegón, y aun así, cuidando no fuera de aquellos que se daban tufos de hostería, y acordándose del de la tía Zarandaja, que en una revuelta de la calle de las Sierpes estaba, y al que podía llegarse sin pasar por delante de la casa de la bella indiana, a él se fue, y en ella dio al fin a punto que el sol asomaba por el Oriente, y la tía Zarandaja, que ya para el despacho había, abierto, a la puerta se encontraba departiendo con algunas vecinas de los sucesos de la noche, que a la vecindad habían alborotado, y que habían tenido por remate el que la Inquisición prendiese al señor Viváis-mil-años, cosa que ponía espanto en aquellas buenas comadres, la que más y la que menos parienta próxima, y hermana en el diablo, por brujas, del preso; y por aquello de que cuando las barbas de tu vecino veas pelar echa las tuyas en remojo, todas aquellas valientes hembras andaban desasosegadas y en corrillos por las puertas, que no era sola la del bodegón de la tía Zarandaja la en que se las veía.
Pareciole a Cervantes que, además de lo abatido del sombrero y lo subido del embozo, llevaba aquel hombre antifaz; y prevínole contra él, el ver que, cuando junto a él pasó le miró como con recelo, y yéndose a una puertecilla que allá en lo último del bodegón se veía, hizo seña a la tía Zarandaja de que fuese, y entrose por la puertecilla, y a ella se fue la tía Zarandaja, y cuando se hubo entrado por ella cerrola, quedándose solo en la primera parte, o dígase en la parte pública del figón, Cervantes con una moza como hasta de veinticinco años, cariredonda, rubicunda y sucia, que a la tía Zarandaja servia.
Aplicose éste a la uña y a las habas como si hiciera un siglo que no había comido, y la tía Zarandaja, que estaba sentada de media anqueta a un extremo de la mesa, esperó en vano a que el rapista la hablase..
Perseguido había Cervantes a Florela sin poder cogerla, por la rapidez de su fuga y la delantera que le llevaba, y habíase vuelto cuando Florela se había puesto a salvo por el postigo, entrándose por el cual, había certificado a Cervantes de que no se había engañado cuando había supuesto que aquella mujer disfrazada era una criada de doña Guiomar, que la había enviado para que le buscase; lo cual había sido para nuestro mozo un gran contentamiento y una ardorosísima esperanza de su amor; que cuando ella a tales cosas se arrojaba por él, no podía ser menos sino que le adoraba; y cuando ya al lado de Margarita, que tomaba la escudilla de caldo con vino generoso que la tía Zarandaja la había llevado, vio que doña Guiomar se metía por el bodegón como fuera de sí, y en él reparaba, y se detenía sobresaltada, tuvo por cierta su ventura, y levantose y hacia doña Guiomar se fue todo cortesanía y rendimiento.
El que a buen árbol se arrima, contestó la tía Zarandaja, buena sombra le cobija, y de manzanas de oro, y aun con aditamentos de diamantes, es aquel bajo cuyas frondosas y frescas ramas os habéis puesto. Ya me tarda el oíros, buena madre, dijo Cervantes; que grandes cosas y de mucho provecho han de ser, a lo que me parece, las que tenéis que decirme.
Almorzaba, comía y cenaba por diez maravedís casa de su vecina la tía Zarandaja; descolgaba sus bacías, y quitaba sus celosías a puestas del sol, y al cerrar la noche se salía sin que nadie le sintiese; iba adonde nadie sabía, y volvía a su casa sin que la vecindad pudiese enterarse de la hora de su vuelta.
Palabra del Dia
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