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Actualizado: 4 de octubre de 2025
Acabose de beber su vino el señor Viváis-mil-años, despidiose de la tía Zarandaja, echole esta afuera, cerró la puerta de la calle y fuese a abrir la del aposentillo en que Cervantes toda la conversación que acababa de pasar había escuchado. Estaba nuestro mozo pálido de cólera, y a duras penas se contenía.
¿Pues quién ha de ser, tía Zarandaja, más que el capitán don Baltasar de Peralta, que Dios confunda, que cada vez más empeñado por esa doña Guiomar de mis culpas, y celoso, y con más furia que una rabiosa pantera hircana por lo de la música anoche, y porque doña Guiomar salió a sus miradores a oírla, empeñado está en acabar de una vez, y en meterle todo a barato, y a salga lo que saliere, aunque lo que hubiera de salir fuese la destrucción y acabamiento del mundo?
Guardadlos, tía Zarandaja, que pocos son, y una mínima parte comparados con lo que doña Guiomar os dará cuando sepa de qué manera la habéis servido. Venga ahora el mandato de lo que quisiereis, dijo la tía Zarandaja. Pues dígoos, respondió Cervantes, que hagáis como si yo nada supiera y como si quisierais servir a ese don Baltasar de Peralta.
Ved lo que hacéis, o más bien lo que pensáis hacer, señor soldado, dijo la tía Zarandaja, mirando con asombro a Cervantes; que en una temeridad tal podíais dar, que os cueste cara; que no querría yo que a un mozo tal como vos, que sois un pino de oro, y tan amado por una tal y tan rica hembra de la hermosura como doña Guiomar, le aconteciese una desgracia; que no me consolaría de ella en todos los días de mi vida.
Alegrose de esto, en que no pudo menos de reparar, Cervantes; que él creía, y no sin razón, que por más que doña Guiomar hubiese dado muestras, enviando primero a Florela en busca suya, y lanzándose después, sin algún miramiento, en un lugar tan indigno de ella como el bodegón de la tía Zarandaja, del encendido amor que le tenía, que este amor era de dificilísimo logro; que podía ser muy bien que, estando aun en los principios de aquel amor, por grande que él fuese, de los principios no pasase; antes bien, con la reflexión se amenguase y desapareciese; sobre todo, que cuando en mucho se aprecia una cosa, viene a parecer imposible, y tanto cuanto más imposible se la cree, tanto más empeño en ella se pone, y tanto más se estima aquello que puede ayudarnos al logro de la victoria; y que los celos de una parte, y la vanidad femenil de otra, son los mejores amigos de un enamorado para ayudarle a vencer su hermoso y anhelado imposible, sábelo todo el mundo; y sabíalo mejor que otros Cervantes, que en esto de conocer las cosas del mundo era graduado in utroque, como lo muestra claramente la gran perspicacia que acerca de la vida y de sus sentimientos ha patentizado en sus inmortales escritos: por lo mismo, y para estimular más los ansiosos celos de doña Guiomar, miró tiernamente, y como con codicia, a Margarita, puesto que por ella no sintiese otra cosa que una caritativa voluntad y una afición honesta, que podía muy bien compararse con el amor de un hermano; que muy reciente estaba la herida que en su pecho habían abierto las grandes perfecciones de la hermosa indiana, y harto encendido el volcán de sus amorosas ansias por ella, para que otra mujer, siquiera fuese un trasunto de belleza, pudiese curarla ni apagarle.
Medio muerta tráela vuesa merced, señor soldado, dijo la tía Zarandaja, mirando con el rabo del un ojo a Margarita, y guiñando con el rabo del otro a las vecinas que con ella estaban a la puerta; y con sólo haberla metido en mi casa, a la vida la ha tornado; y ya se verá cuando saliere, si es la misma que cuando entró.
Palabra del Dia
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