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Actualizado: 26 de julio de 2025
Le ha enviado el general díjome a media voz la Vizcondesa para traer unos despachos al gobernador de Pau y adquirir noticias de la salud de Cecilia, que ha estado muy enferma. ¿De veras? exclamé consternado. Ya pasó. Está mucho mejor; y, mientras viene el general, nos acompaña Enrique. ¿Dónde ha de vivir sino en el castillo de su tío?
Creo, Vizcondesa, que no podré gozar tanta ventura, porque me voy a los Pirineos le dije. Allí vamos todos: han recomendado al general las aguas de Barèges, que son milagrosas para las heridas. Parecíame que el general se quedaba en Mont-Doré.
No terminé la frase, pero la adivinó, porque dijo en seguida: No, señor, no: ¡jamás!... Y dirigió al cielo su mirada, ignoro si para tomarlo por testigo o para implorar su protección. En aquel instante se oyó una voz avinagrada: era la de la Vizcondesa. El general tenía frío: las emanaciones del lago le sentaban mal y era necesario partir.
Allí pasaba cierto día Beatriz sus ensueños, y era una ardiente mañana de julio, a fines, cuando vio aparecer en el recodo del vecino sendero a la vizcondesa de Aymaret, que le dijo en festivo tono: ¡Estaba segura de encontrarte en la alameda de los suspiros!
La señora de Aymaret, que era grande entusiasta por las artes, sentía viva admiración por los talentos de Jacques Fabrice. Poseía la vizcondesa algunas acuarelas que databan de los primeros tiempos del pintor, verdadero tesoro de cuya propiedad considerábase orgullosa.
Cuando decía a usted el otro día durante nuestra navegación que desearía tomar mujer por elección de usted, declinó usted esa responsabilidad, pero al mismo tiempo creí comprender que un nombre estaba a punto de caer de sus labios... ¡Es posible! ¡Dígamelo! ¡Nunca! ¿Ni aun cuando yo rogara que tuviese usted a bien ofrecer mi mano a su amiga Beatriz? ¿De veras? murmuró la vizcondesa.
Como tengo una jaqueca atroz, sí, la tengo, no es todo estratagema, no he podido acompañar a mamá, que se ha ido al teatro con la vizcondesa. Llegó la hora. ¡Ay, Narcisito! ¡Qué locura! ¡Qué picardía!
Segura ya del perdón de aquélla, pasó la vizcondesa al terreno de las recomendaciones, de los consejos, de las súplicas, repitiendo bajo otras formas lo mismo que había dicho a Pierrepont, poniendo en antecedentes a su amiga de lo que conviniera con el marqués y procurando hacer comprender a aquélla, como Pedro por su parte lo comprendía también, que, al renunciar a lo imposible, al aceptar lo irreparable, encontrarían todavía algunos encantos en su recíproca situación, encantos sin duda melancólicos, pero puros y profundos en su misma poética nobleza.
La vizcondesa notaba en la mutua actitud de Pedro y de su amiga, en su miradas, en su lenguaje, tan leal franqueza, tan tranquila paz, aun cierta alegría misma que le parecieron del mejor augurio, pues se echaba de ver en sus procederes ese contento de las personas que se encuentran satisfechas en una situación dada sin aspirar a salir de ella.
Los subsiguientes días, mientras se entregaban a los preparativos del viaje, recibió con frecuencia la visita del marqués, a quien puso en antecedentes acerca de la persona y familia de aquella que aceptaba por esposa, antecedentes que, como es natural, interesaban vivamente a Pedro, viendo la vizcondesa en la curiosidad de su amigo nueva garantía de su firme resolución, que, por otra parte, afianzaba suficientemente la empeñada palabra de caballero tan cumplido.
Palabra del Dia
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