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Actualizado: 26 de junio de 2025


De pronto callóse, como advirtiese que la señora de Aymaret ocultaba su rostro entre las manos y que las lágrimas escapaban de sus ojos, humedeciendo sus guantes. Hubo dos o tres minutos de silencio; en seguida el marqués, pálido como un cadáver, le dijo en baja, aunque firme voz: ¿Por qué llora usted? La vizcondesa no le respondió sino con una explosión de sollozos.

¡Querida vizcondesa! murmuró Pierrepont, conmovido por el sincero acento de aquélla.

Alteróse el rostro de la vizcondesa, que interrogó a Beatriz con mirada inquieta. , pero me parece que ni pensarás siquiera... díjole con emoción a la huérfana su seductora amiga.

Al día siguiente, la vizcondesa salió para Suiza. Hasta el viernes, víspera de su partida, titubeó el marqués acerca de si volvería o no a Bellevue, pero al fin decidióse a hacerlo, visto que no acertaba con el tono a que debía ajustar su carta de adiós a Beatriz; escribió a ella varias, mas encontrólas todas secas por demás o en demasía tiernas, y acabó por quemarlas.

¡Ya lo creo! replicó la encantadora vizcondesa saltando de gozo. Pero, puesto que es usted un poco confidente de la señorita de Sardonne, ¿no puede usted calcular cómo acogerá la misiva? Debo decirle con franqueza que no conozco absolutamente sus íntimos secretos... si los tiene... Pero, en fin, según lo que yo me imagino, quedaría más que sorprendida si su demanda de usted no fuera bien acogida.

Aseguróle la vizcondesa que ella tenía amigos y parientes en importantes empresas financieras, y que no le sería difícil encontrar para él uno de esos empleos en que se pide más la respetabilidad que los conocimientos especiales. El marqués le dio las gracias, no sin enrojecer a su vez un poco, mostrándose cordialmente dispuesto a aprovechar sus buenos oficios.

¡Tomo nota de ello! díjole la vizcondesa apretando la mano de Pierrepont, y le dio entonces detalles de las amenazas de que Beatriz había sido víctima por parte de la muerta baronesa, no habiendo ya razón para ocultarle esos particulares que Pedro demostraba avidez en conocer. El movimiento de los espectadores de la sala les dio a entender que un acto terminaba.

¡Oh! es necesario salvarlo exclamó la vizcondesa poniéndose en pie . ¿ me das plenos poderes, no es verdad? ¿Apruebas de antemano cuanto intente con ese fin? ¡Todo... absolutamente todo... y con toda mi alma, Dios mío! ¡Pues bueno! escribe a Pierrepont, a quien daré una cita para mañana.

En el curso de su recíproca conversación sugirió la vizcondesa a Beatriz una idea que ésta no titubeó en aceptar, y que le fue fácil imponer a Fabrice.

Habiendo ido la americana a despedirse de la vizcondesa en la víspera de su partida para New York, vía Havre, resolvió aquélla aprovechar la oportunidad y poner los cimientos del proyecto que hacía algunas fechas venía acariciando: claramente advirtió que miss Nicholson deseaba hacerle alguna confesión, circunstancia que llenó de gozo a la de Aymaret, quien, por su parte, estaba decidida a pedírsela a aquélla.

Palabra del Dia

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