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Actualizado: 26 de julio de 2025
Y, como en aquel momento se diese cuenta de mi presencia, me dijo estrechándome la mano: La Vizcondesa deseaba conocer a usted y me había pedido que se la presentase. Nada hay para mí tan empalagoso como una presentación; pero comprendía que ésta daba a Cecilia tiempo para bailar su contradanza, y me regocijó la idea de empezar mis relaciones con ella por un sacrificio. Lo era y no flojo.
Al poco tiempo Pierrepont le enviaba un periódico americano en que se daba de aquél noticias detalladas, y entonces la vizcondesa no titubeó más.
Parece que no es muy dichosa con su marido la pobre vizcondesa, ¿es cierto? ¿Qué mujer es dichosa con su marido, mi buena Eva? Y si no, vea qué bien se entienden los Laubécourt, que son nuestros compañeros de temporada. Es verdad, he notado que tienen siempre los dos caras de entierro... ¡mire usted que algunas mañanas en el almuerzo! ¡Algunas mañanas! ¡Y peor algunas noches!
Con mis buenos oficios no puede contarse en este caso, vizcondesa; con los de usted, sí... Dicho se está que estoy enteramente a la disposición de usted y de la señorita de Sardonne... pero siendo Fabrice invitado mío, estoy seguro que usted se abstendría de pedirle cosa que podía tener los visos todos de una semi-imposición... mientras que si usted misma le presentase el memorial, ya eso tiene otra forma... Mire usted... precisamente iba a embarcarme para ir a buscarlo... Está sacando un croquis al pie de la cascada, allá abajo... ¿Quiere usted venir conmigo?
Grandes exclamaciones de sorpresa por una y otra parte: las obligadas frases de admiración sobre el magnífico cuadro que se desarrollaba ante nuestros ojos... y luego, cumplidas las reglas de urbanidad, pensé en mi conveniencia, e hice conocer mis deseos de ser presentado a la señorita Cecilia. ¡Señorita!... repitió la Vizcondesa con asombro: Cecilia está casada. ¿Cómo así? repuse.
La señora de Aymaret había recibido el día antes la carta que él dirigía a Fabrice. Iba abierta; leyóla la vizcondesa y quedó satisfecha de su contenido; pero decidió no entregarla al pintor sino el día que pudiera participarle al mismo tiempo las bodas de Pierrepont, esperando que así el artista sería más accesible a sus ruegos.
Beatriz se sentó en su mesa de escribir y trazó a vuela pluma estas breves líneas: «Al marqués de Pierrepont. «Todo lo que Elisa te pida, te lo pido yo también de rodillas.» Al día siguiente aquél, por indicación de la señora de Aymaret, presentóse en casa de ésta. La vizcondesa presentóle la carta en seguida. ¿De qué se trata? interrogó Pedro con gravedad después de haber leído.
Beatriz, a pesar de su amargo desapego a todo, aceptó la idea con algún interés. Pero objetó a su amiga , ¿cómo pedir semejante favor a ese caballero?... Yo nunca me atreveré. Podrías replicóle la vizcondesa rogar al señor de Pierrepont que se encargara de hablarle. No dijo Beatriz ; el señor de Pierrepont podría disgustar a su tía dando ese paso.
La Vizcondesa nos leyó en un periódico un artículo que trataba de un suicidio. ¡Desventurado!... exclamó Cecilia, de un modo que casi parecía una aprobación. ¡Insensato! dijo Enrique, casi despreciativamente. ¿No se explica usted el suicidio? le pregunté con viveza. ¡Nunca! Suicidarse es privarse de una dicha inmensa. ¿Cuál? La de morir por los que se ama.
Gracias mil respondió la vizcondesa conmovida , pero, para ayudarle en su propósito añadió sonriendo , me permitirá usted que tome algunas precauciones sugeridas por mi antigua experiencia... Entre todas las contingencias que podrían poner a prueba su tesón, hay una que preveo y que deseo evitarle... Le ruego que prescinda de toda explicación directa con Beatriz; yo la pondré al corriente de lo ocurrido hoy mismo y no tendrá más sino presentarse de nuevo en casa de Fabrice como si nada hubiera pasado.
Palabra del Dia
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