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Actualizado: 21 de julio de 2025
El coronel, rojo de emoción, intentó refutar estas acusaciones. Si la duquesa se presentaba de pronto en Villa-Sirena, era tal vez porque él se había negado á recibir sus encargos para el príncipe. Al bajar éste al hall, encontró á Alicia de pie junto á una ventana, mirando los jardines y el mar. Estaba de espaldas, como la había visto al salir del concierto.
Lubimoff, antes de marcharse al frente, se había ocupado de la suerte de su «chambelán», asegurándole una pensión de diez mil francos al año y enviando además cierta cantidad para que comprase una casa. Ya que deseaba morir en Monte-Carlo, debía tener su pequeña Villa-Sirena. Al poco tiempo de jardinear en su propiedad, viendo abajo la plaza del Casino, Toledo fué en busca de Novoa.
Lubimoff no pudo ocultar su contrariedad. ¿Qué deseaba ver Alicia?... ¿Iba á examinar á aquella hora matinal las habitaciones, á curiosear en los dormitorios, á estorbar á Novoa, que tal vez trabajaba en la biblioteca?... Pensó en la sonrisa irónica de Castro al sorprenderle guiando por los pisos altos á una mujer. Apenas había entrado una en Villa-Sirena, empezaban las molestias para su dueño.
Nada perdería con ello el mundo. ¡Ciudad de corrupción! ¿Qué demonio había aconsejado á su madre la compra del promontorio de Villa-Sirena, obligándolo á él á vivir junto á este antro?... Hasta protestó contra la difunta princesa, con la moralidad áspera é incorruptible de todo jugador que acaba de verse chasqueado.
Y el caso le pareció á Miguel tan extraordinario, tan falto de razón, que al mismo tiempo que los compadecía experimentaba deseos de reir. Media hora después ya no se acordó de ellos. El coronel sabría organizar un nuevo servicio con mujeres, ya que la guerra no permitía otros domésticos. Además, él se aburría en Villa-Sirena, encontrando un nuevo gusto á la vida en Monte-Carlo.
¡Con tal que pueda conservarlos! dijo Miguel escépticamente . Bien podría ser que me obligasen á venderlos. La duquesa, desde una ventana, contempló los jardines, escalonados hasta el mar. Muchas veces, yendo de paseo con su amiga Clorinda, había hecho detenerse en el camino al carruaje de alquiler para contemplar las arboledas de Villa-Sirena.
El viejo soldado de la tradición se alteraba al recordar al conde y su rosario. Por esto, cuando Lewis declaró que no sabía nada de su amigo, repuso seriamente: Yo sé dónde está: en una casa de locos. Sonó de pronto el estrépito de un tren que pasaba ante Villa-Sirena con acompañamiento de gritos y silbidos. Más ingleses que iban á Italia. Esto les hizo ocuparse de la guerra.
Recuerda unas frases de su amigo Lewis; frases tristes, dichas en uno de los almuerzos en Villa-Sirena: «La vida es rara y desigual en su curso.
Le repugnó confundirse con la muchedumbre que vagaba por los alrededores del Casino. Su deseo de no seguir adelante le sugirió una idea. «¿Si fueses á sorprender á Alicia en su casa?... ¡Lo agradecería tanto!» Dos veces más había estado en Villa-Sirena. Miguel encontró á «la Generala» menos hostil y dominadora que la había imaginado; pero no pudo comprender el apasionamiento de Castro.
Mientras tanto, las dos llevaban á todas partes al teniente, protestando de que no le permitieran entrar con ellas en los salones del Casino, á causa de su uniforme. Una tarde, doña Clorinda, con toda la autoridad de su carácter, lo llevó á Villa-Sirena. Era una vergüenza que el hermoso edificio y sus vastos jardines estuviesen dedicados á cinco hombres que no servían de nada á la humanidad.
Palabra del Dia
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