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Actualizado: 21 de julio de 2025
Era el primero que se daba en Villa-Sirena después de dos años. La víspera había llegado de París el dueño de la casa, el príncipe Miguel Fedor Lubimoff, que ocupaba ahora la cabecera de la mesa. Era un hombre todavía joven, con el cuidado vigor que proporciona una vida de ejercicios físicos: alto, membrudo y esbelto, la tez morena, grandes ojos grises y el rostro largo, completamente afeitado.
Para los dos solos se había construído Villa-Sirena.
La imagen de Castro surgió en su memoria. También éste había presenciado dos días antes el paso de un tren. Recordó su impresión, tan honda y poderosa, que le había impulsado á abandonar Villa-Sirena, rompiendo con su pariente. Vió, tal como él se lo había descrito, el rostro amargo de aquel soldado rojo que lo insultaba con su desprecio. ¡Aún queda un lugar!...
Existía entre los dos cierto asunto de dinero que ella necesitaba resolver. No le había escrito porque después de los sucesos recientes consideraba inoportuno el envío de una carta. Además, ni ella podía ir á Villa-Sirena ni quería recibirlo en su casa.
Don Marcos se ha casado. Pocas semanas después de marcharse el príncipe, un gran cambio se realizó en su existencia. Villa-Sirena era ya de aquel nuevo rico, constructor de autocamiones y aeroplanos, que también había comprado el palacio de París. El coronel, al darle posesión, sólo se acordó de alabar los méritos del jardinero y su familia.
Le espiaban, estaba seguro. Atilio, detrás de los visillos, seguía indudablemente sus paseos entre los árboles. Tal vez Spadoni, que había pasado la noche en Villa-Sirena, saltaba de la cama, perdiendo dos horas de sueño, para contemplar esta novedad estupenda. Hasta Novoa habría suspendido su lectura para mirar hacia el jardín. Alicia notó esta soledad. Ni invitados ni servidores.
Un silencio de aprobación acogió estas palabras del dueño de Villa-Sirena. Lo único que exijo continuó el príncipe después de una larga pausa es que vivamos solos, entre hombres. ¡Nada de mujeres! La mujer debe quedar excluída de nuestra existencia en común.
A pesar de que en Villa-Sirena cada uno se preocupaba de sus propios asuntos, mostrándose distraído en sus relaciones con los otros huéspedes, el mal humor de Atilio iba haciendo penosa la vida común. Toledo presentía el motivo de esta conducta. Doña Clorinda le trataba mal indudablemente, y él, á su vez, se vengaba de sus humillaciones y disgustos mostrándose áspero ó irónico con los amigos.
Castro quedó con los ojos vagos, como si soñase despierto. Vió en su imaginación los jardines de Villa-Sirena dulcemente iluminados, envueltos en un halo lácteo que se desplomaba sobre las invisibles olas lo mismo que un reflejo lunar.
Sintió cómo resucitaba el pasado en su interior con una fuerza nueva que tal vez era la excitación de la abstinencia. Creyó ver la sonrisa irónica de Castro, y también se vió á sí mismo, con lástima y con asombro, viviendo como un solitario allá en Villa-Sirena y predicando la hostilidad á la mujer.
Palabra del Dia
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