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Actualizado: 21 de julio de 2025


Se aproximó la silba, con una estridencia de aquelarre. Fué pasando entre la montaña y los jardines de Villa-Sirena; luego se alejó por el lado opuesto, con dirección á Italia, disminuyendo paulatinamente al ser tragada por el túnel. Toledo, que era el único que presenciaba el paso del tren, vió cómo se animaban casas, jardines y pequeñas huertas á los dos lados de la vía.

El músico pareció despertar. ¿Atilio?... ¡Ah, ! Vivió conmigo unos días, pero se fué. Obsesionado aún por su prodigiosa combinación, habló distraídamente, sin conceder interés á sus palabras. Castro había manifestado deseos de vivir con él, se lo dijo un anochecer en el Casino, y Spadoni abandonó Villa-Sirena para acompañarle. Un amigo no puede hacer menos.

Y como transcurrían semanas sin que se realizasen sus ilusiones, daba consejos á Wilson desde las arboledas de Villa-Sirena ó entre las columnas de jaspe del atrio del Casino. ¿En qué piensa ese señor?... ¿Por qué no vienen? Si no se apresuran, todo habrá terminado antes de su llegada.

Y el príncipe mostró también cierta precipitación al acompañarle hasta la verja de entrada, con grandes extremos de amistad. Debía volver con frecuencia á Villa-Sirena; era el único amigo fiel. ¡Lastima que se negase á vivir allí, como en otros tiempos!... Al quedar solo, Lubimoff subió á las habitaciones del primer piso. Temía que el coronel adivinase su contento.

Aquella Clorinda, generala de mil demonios, era una verdadera mujer, que con sólo breves minutos de conversación había perturbado á Castro y tal vez acabase por quebrantar la vida dulce, sin placeres violentos pero sin tristezas desesperadas, que llevaban los huéspedes de Villa-Sirena.

Todos se repetían en voz baja su nombre; hasta el conductor mostró cierta emoción al ver en su coche al propietario de Villa-Sirena. Y lo peor de todo, queridos amigos, es que estoy arruinado. Spadoni abrió desmesuradamente sus ojos negros, como si oyese algo inaudito y absurdo. Castro sonrió con incredulidad. ¿Arruinado ?... Me contentaría con la décima parte de tus escombros.

Y Atilio, que buscaba las ocasiones de estar cerca de ella en el Casino, ó exageraba la belleza de ciertos lugares para inducirla á paseos solitarios, huía apresuradamente ante estas palabras, en las que adivinaba un insulto. Luego, al verse en Villa-Sirena, su amorosa sumisión se convertía en hostilidad para los demás.

El administrador se impacientaba: pedía una contestación á Su Alteza sobre la venta de Villa-Sirena. No ; déjame en paz... Lo mejor será que trate esto directamente. Iré mañana á Niza para arreglar mi viaje á París... Mañana no; pasado mañana. No pudo explicarse por qué concedió un día más á su inacción: fué un diferimiento maquinal, sin motivo alguno.

El príncipe quiso romper esta clausura que se había impuesto voluntariamente. ¿Por qué seguir en Villa-Sirena, cerca de unas personas que ocupaban á todas horas su pensamiento y no deseaba ver?... Lo mejor era volverse cuanto antes á París.

Sube á la risueña casita de don Marcos, que será, la suya mientras permanezca aquí. Allá abajo, avanzando sobre el mar, encuentra el promontorio de Villa-Sirena, que es de otro, y vuelve la vista para evitar que renazcan ciertos recuerdos.

Palabra del Dia

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