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Actualizado: 12 de junio de 2025
Por fin, la enamorada niña vio entrar a Félix, que, saludando al paso a diversas gentes, llegó hasta la duquesa, cambiaron ambos algunas frases de simple cortesía, llegose luego a Josefina, y un momento después se les vio confundidos entre los grupos de alocadas parejas que parecían moverse impelidas por las notas de un vals de Strauss.
No pases cuidado: me siento con fuerzas suficientes para continuar. Si papá ve que nos detenemos no me dejará bailar más. Y aferrándose al brazo de Amaury, a quien comunicó sus ardientes ímpetus, siguió con increíble ligereza el ritmo del vals, cuyo aire era cada vez más vivo.
Tocó el vals nuevo y algunas otras piezas nuevas que le pidió Juana. Como sucede casi siempre en tales casos, los convidados, después de haber escuchado un rato, retiráronse a conversar cada uno por su lado. La señora de Maurescamp quedó sola como dilettante obstinada, cerca del piano y de Jacobo, en una de las extremidades del salón.
» ¡Vamos! ¡Pronto! ¡Pronto, Amaury! exclamó ésta, acto continuo. Ve a tocar el vals de Weber. Esta idea me obsesiona y no puedo desterrarla de mi mente: toda la noche he estado oyendo ese vals. » Pero, ¡si no puedes acompañarme al salón, Magdalena! » Demasiado lo sé, pues, por desgracia, casi no puedo tenerme en pie; pero tú dejarás todas las puertas abiertas y así podré oírte bien.
Me faltaba mi compañera de vals, pasaba por mi memoria el recuerdo de lo que me había sucedido el año anterior. Iba a vivir en la misma casa... ¿qué importa? Yo estaba seguro de mí mismo, ¿qué podía temer? En estas reflexiones estaba abstraído, cuando don Benito vino a golpearme en el hombro. Julio me dijo, ¿vamos a cenar al club?
Pero después me dijo en voz baja, procura pasar de ese vals a alguna melodía vaga que vaya expirando como un eco que se pierde en lontananza. »Comprendí su intención, y obedecí.
Era un vals el imperio, que andaba a compás, con mucho orden, al gusto del maestro de música. Hasta que una noche, cuando estaba el pájaro en lo mejor del canto, y el emperador lo oía, tendido en su cama de randas y colgaduras, saltó un resorte de la máquina del ruiseñor; como huesos que se caen sonaron las ruedas, y paró la música. Se echó de la cama el emperador, y mandó llamar a un médico.
Oirían después con mucho gusto sus obras sublimes; pero por el momento debía mostrarse bondadoso y al nivel del vulgo, tocando algo para bailar. Se contentaban con un vals, si es que sus convicciones artísticas le impedían descender hasta las danzas americanas.
El pequeño conocía la llegada de los domingos por la comida, que era también al aire libre, pero sin andamios cerca, sin la vecindad de blusas blancas, en las afueras de la población, sentados en la hierba rala de algún solar sembrado de botes de lata, pedazos de botellas y zapatos viejos; viendo sobre el perfil de los inmediatos desmontes la bucólica silueta de una cabra tristona o de una vaca tísica; escuchando el vals loco martilleado a toda velocidad por el piano del merendero, al cual iba su padre para llenar de vino el cuadrado frasco. ¡Cómo recordaba Maltrana las tortillas de escabeche de los días de fiesta, en medio del campo yermo invadido por los residuos de la ciudad! ¡Cómo los pucheretes con piltrafas de tocino, junto a las vallas de los edificios en construcción!... Su madre apenas comía; sólo se ocupaba de él, llevando una mano al plato, mientras con la otra le sostenía en su regazo.
El futuro ministro subió por la calle de Alcalá, atravesó la Puerta del Sol y entró por la calle del Carmen; frente a la iglesia de este nombre había parada una grotesca estudiantina, vestida de amarillo y encarnado, tocando desentonadamente el vals de La Gran Duquesa.
Palabra del Dia
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