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Actualizado: 6 de octubre de 2025
El duque de Lerma iba olvidándose rápidamente del objeto que le había llevado á aquella casa, esto es: el hacer la guerra por uno de sus flancos á su hijo el duque de Uceda, que se valía de aquella mujer para excitar las precoces pasiones del príncipe, que se llamó después Felipe IV, y de cuyas escandalosas aventuras amorosas están llenas la historia y la tradición.
Doña Ana se echó á llorar, y para que llegase hasta lo último lo escandaloso de aquella escena, el duque de Uceda dió una bofetada á doña Ana, como podía haberlo hecho el último de los rufianes.
¿Eso es lo que estabas reparando, desaborío? ¿Por qué no lo has soltado antes y me has tenido asustada con esos ojos de alma del otro mundo? No me engañes, Soledad... Tú has tenido un disgusto repitió Uceda mirándola fijamente. Soledad siguió riendo con afectación sin responder. ¡Hace tanto tiempo que estudio en tu semblante!
Urge, urge, Pelegrín; ya sabes que mi sobrino no ha perdido el tiempo, y que ya está en Madrid; viene irritado contra mí y no perdonará medio; además, se encontrará al duque de Uceda apoderado del príncipe de Asturias, y empezará de nuevo entre ellos la guerra, que vendrá á herirme de rechazo.
No se necesita estar ajumao para decir que es usted preciosa... pero no puedo sentarme porque me aguardan. Otro día será... Hasta la vista, prenda manifestó Uceda con la misma sonrisa contraída, alejándose. La morenita quedó inmóvil mirándole, y cuando ya estaba lejos exclamó con acento donde se traslucía el despecho: ¡Vaya usté con Dios!
¡Ah! ¿vuecencia es grande de España? ¡El duque de Uceda! ¡Ah! ¡ah! ¡una linterna! ¡una linterna pronto! exclamó la misma voz, que no era otra que la del licenciado Sarmiento. Hizo luz uno de los alguaciles, es decir, abrió su linterna que entregó al alcalde, y éste vió con la luz de la linterna el rostro al duque de Uceda.
Yo creí que sería el duque de Uceda, y mandé á Casilda que abriese. Poco después oí abajo un altercado: era Casilda que disputaba con un hombre que á todo trance quería entrar, que decía tenerme que decir cosas graves, y que al fin dijo era el cocinero mayor del rey.
Doña Ana, con el terrible acontecimiento de aquella mañana, lo había olvidado todo, y cuando dió la cita al cocinero mayor para el duque de Lerma, creyendo que se la daba para el rey, se olvidó de que el duque de Uceda tenía una llave de la puerta principal de la casa, por medio de la cual podía entrar á cualquier hora.
¡Ventajas! ¡ventajas! tengo la desgracia de no verlas, señor contestó con voz apagada don Rodrigo ; si llamáis ventajas el haber logrado que se sienten á vuestra mesa y hablen como amigos el señor duque de Uceda vuestro hijo, el conde de Olivares y don Baltasar de Zúñiga... Por el momento parecen desalentados, vienen á nosotros, olvidan sus diferencias y se estrechan las manos.
Emprendió la marcha la arrogante tabernera, y Manolo le dió escolta á respetable distancia hasta la citada esquina. Allí se detuvo. Soledad, sin volverse, levantó el brazo é hizo un gracioso saludo de despedida. Uceda permaneció inmóvil hasta que la perdió de vista. Después, lentamente, sofocado por mil pensamientos melancólicos, hizo rumbo hacia la Cervecería inglesa. Disputa.
Palabra del Dia
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