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Actualizado: 6 de octubre de 2025


¡Conque el tío Manolillo!... exclamó seriamente admirado Montiño ; esto es grave, gravísimo. ¿Y no os dijo, señor Gabriel, quién era su enemigo? No me lo ha dicho, pero yo lo . ¡Ah! ¿Y cómo lo sabéis vos? ¿Quién es en la corte un hombre que vale tanto como el duque de Lerma el de Uceda, ó el conde de Olivares? ¡Bah! hay muchos: el duque de Osuna. Está de virrey en Nápoles. El conde de Lemos.

Muy pronto estuvo enteramente perdido lo que había heredado; empecé á contraer deudas, y no lo que hubiera sido de , si un día no me hubiese visto en el coliseo del Príncipe, el príncipe don Felipe. ¡Ah! Aunque es muy niño, clavó en mi sus ojos y no los apartó en toda la función. El duque de Uceda estaba en el aposento del príncipe.

Las olas rompían en el baluarte con estrépito y muchas veces saltaban por encima del muro y mojaban el suelo. Los jóvenes se detuvieron fascinados por aquel imponente espectáculo: quedaron inmóviles frente á la hirviente llanura, olvidando en un punto sus penas. Al cabo Soledad profirió: ¡Qué tiempo tan duro!... Ayer tenía cerco la luna. Uceda guardó silencio.

¡Ah! ¡ah! dijo el rey ; no lo creyera si no lo viera; y es letra y firma del duque de Uceda, con sus renglones torcidos... el hijo contra el padre... ya sabía yo que no andaban muy acordes entrambos duques... ¡pero que llegasen á tanto!... ¡Ah! ¡ah! Sigue, sigue dijo con impaciencia la reina.

Velázquez recorrió las calles sin participar de esta alegría como otras veces. Llevaba en su alma el peso de la cólera y el despecho. Estuvo en la calle Ancha, donde la animación era más grande y las máscaras se apiñaban con preferencia. Allí tropezó con Manolo Uceda, quien le invitó á entrar en la cervecería á beber una copa de Jerez.

¡Ah! ¡perdone vuecencia! ¿qué desea vuecencia? ¿Habéis avisado al rey de mi llegada? ; , señor: en el momento en que llegó vuecencia. ¿Dónde está el rey? En su recámara. ¿Con quién? Con el duque de Uceda. ¡Con mi hijo! , señor. Gracias, caballero, gracias. El gentilhombre salió.

Los grandes no tienen hijos ni padres. Al duque de Uceda le tarda llegar á la privanza y no perdona medio. Todo esto es grave, gravísimo dijo el que todo lo veía por el lado serio. Pues hay además algo que aumenta la gravedad de estos sucesos. ¡Qué! ¡Qué! Se cree... dijo el alférez, bajando más la voz y con doble misterio. ¡Pero traéis un saco de noticias, alférez! Que doy de balde.

El duque, al verse solo, privado de la ayuda de Calderón, que es su pensamiento, no se ha atrevido á seguir en una senda en que Calderón le ha sostenido... esto lo sospecho yo... puede ser que Calderón, al verse herido de sumo peligro, haya sentido remordimientos, y haya revelado al duque lo que se tramaba contra él... y esto es lo más probable, por la conducta del duque. ¿Sabéis lo que ha dicho su hijo el duque de Uceda al verse arrojado del cuarto de mi hijo don Felipe á todo el que ha querido oírle?

Os ayudaré... y en prueba de ello, desconfiad del duque de Uceda y de la condesa de Lemos. Vuestros hijos son vuestros mayores enemigos. Será necesario destruirlos. Obrad con energía. Obraré, pero decidme: ¿qué os ha dado don Francisco de Quevedo que así os ha vuelto en su favor? Nada, no me preguntéis nada.

Llevada á feliz término esta obra de caridad y de elocuencia se subió al columpio. Mientras Velázquez iba de grupo en grupo haciendo penar á mocitas y casadas con sus palabras, humildes y desdeñosas á un tiempo, y el atractivo de su elegancia, Manolo Uceda se había acercado al de Soledad y María-Manuela. Quiso entablar conversación aparte con la primera, pero no pudo conseguirlo.

Palabra del Dia

aprietes

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