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Actualizado: 6 de octubre de 2025


Allí, de bruces, en el sitio mismo que había ocupado Manolo Uceda la noche que había llegado, sollozó largo rato. Las lágrimas refrescaron su alma. Al erguirse de nuevo había recobrado la calma; era otra mujer. Cuando en su espíritu sencillo y limitado penetraba una idea, inmediatamente se enseñoreaba de él y no dejaba espacio para ninguna otra.

Pero ¿qué quieres que yo te aconseje? Son asuntos delicados y no me atrevo... Pues yo quiero que te atrevas... Ya sabes que entre ese hombre y yo no hay nada hace tiempo... Ya sabes cómo se ha portado conmigo... Pues bien repuso Uceda, después de vacilar un poco.

Como ahora se hallaba desprovista de pámpanos, habían echado por encima algunas sábanas para guardarse del sol de Febrero que ya quemaba. Á las dos mujeres se habían agregado algunas otras y les hacían compañía Antonio, Frasquito, Manolo Uceda y algún otro joven.

No cómo puedes resistir esto, Felipe; tus gentes te cuidan muy mal; yo en lugar tuyo ya tendría consumida la sangre. no quieres creerme. Echa de tu lado á Lerma, y á Olivares, y á Uceda, que son otros tantos braseros en que se abrasa la sangre de España, y que acabarán por sofocarte. ¿Sabes, Manolillo, que después de lo que me has contado, me pareces otro hombre? dijo el rey.

Pues si ese caballero ha entregado á la reina esas cartas, y don Rodrigo Calderón no muere... ¿qué importa que muera don Rodrigo...? siempre quedarán el duque de Lerma, el conde de Olivares, el duque de Uceda, enemigos todos de su majestad; si esas terribles cartas han dado en manos de su majestad, ésta se creerá libre y salvada, y apretará sin miedo, porque es valiente y la ayuda el padre Aliaga...

A la ventura, á la desesperada. ¿Y no os inspira confianza la manera respetuosa con que os trato? Respetuosa y reservada, por ejemplo, no me habéis dicho quiénes eran los dos grandes señores que habéis conocido. ¿Y por qué no? Eran el conde de Olivares y el duque de Uceda. ¿Y cómo? ¿por qué habéis conocido á esos caballeros? Terciaron en mi disputa con el palafrenero.

Aquellos dos estuches le recordaron que debía entregar á su sobrino, de parte del duque de Lerma, una cruz de Santiago, y que para servir al duque, debía entregar una gargantilla á la dama con quien pretendía entretener al príncipe de Asturias el duque de Uceda, y que se entretenía particularmente con don Juan de Guzmán. El amante de su mujer se le ponía otra vez delante.

Apenas el duque de Uceda había salido de casa de doña Ana y aventurádose en la calle de Amaniel, que estaba obscura como boca de lobo, sirviéndole de guía entre las tinieblas su linterna, cuando se sintió fuertemente sujeto por detrás y oyó una voz áspera que le dijo: ¡Sois preso por el rey! ¡Preso yo! ¿y por quién? Por quien puede y debe. ¿Sabéis que soy grande de España?

En primer lugar, os dije que fuéseis á visitar á cierta dama de quien se vale el duque Uceda para pervertir, á pesar de sus pocos años, al príncipe don Felipe. ; , señor, doña Ana de Acuña. Os una gargantilla de perlas para ella. , señor, y la gargantilla está en poder de esa dama. ¡Ah! ¿la habéis visto? , señor. ¿Y cuándo la vísteis?

El medio del asesinato ha sido Francisco Martínez Montiño, cocinero mayor de su majestad, por instigación de los tales don Francisco y don Juan, y el lugar del asesinato donde, si se busca bien, se encontrará el cadáver del dicho sargento mayor, la casa de doña Ana de Acuña, aventurera y manceba á un tiempo del duque de Uceda y del difunto, en la calle de Amaniel.

Palabra del Dia

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