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Ya fuese empleando un método ingenioso y secreto o caminando por ignorados atajos, ya fuese por preciosa capacidad nativa, ello es que Tiburcio a los dos o tres días de oír hablar cualquier idioma, se penetraba de su organismo, se enseñoreaba de sus formas y leyes gramaticales, atesoraba en su feliz memoria cuanto había de esencial y de radical en su léxico, y se soltaba a hablarle correcta y lindamente y con muy buena pronunciación, como si no hubiera hecho otra cosa en toda su vida.

Y como el de doña Manuela era escaso, y Pepe, a pesar del cariño que la profesaba, no lo desconocía, si el fanatismo se enseñoreaba de su espíritu, aquel hogar, siempre tranquilo, se trocaría de pronto en una sucursal del infierno. «Es natural pensó tratando de bucear en la intención de su hermano con papá y conmigo no se atreve: si emprende campaña para moralizarnos, procurará primero conquistarlas a ellas.

Pero los hijos del Tiempo, al vencer á los gigantes, se repartían el mundo, jugándolo á la suerte. Zeus quedaba dueño de la tierra, el fatídico Hades reinaba en los abismos plutónicos, y Poseidón se enseñoreaba de las llanuras azules.

Allí, de bruces, en el sitio mismo que había ocupado Manolo Uceda la noche que había llegado, sollozó largo rato. Las lágrimas refrescaron su alma. Al erguirse de nuevo había recobrado la calma; era otra mujer. Cuando en su espíritu sencillo y limitado penetraba una idea, inmediatamente se enseñoreaba de él y no dejaba espacio para ninguna otra.

Previo regalo de un cigarro con que don Quintín le obsequió, el portero del teatro le dijo dónde vivía la corista por quien iba preguntando, y allá se fue a buscarla, deseoso de hablar de Mariquilla y esperanzado en saber cuándo regresaría para precipitarse en su busca; porque durante aquella larga caminata, según se había ido alejando de su casa y cónyuge, sintió que el amor se enseñoreaba de su espíritu y de sus sentidos, y hasta le pareció que si encontrase a Mariquilla podría llevársela a comer de fonda, contra lo que suponía la desengañada Frasquita.

El sol no se enseñoreaba ya sino de uno de los ángulos del salón: al retirarse dejaba claro y nítido el ambiente, en el cual resaltaban con admirable pureza el obelisco del Dos de Mayo y las agujas del museo de Artillería y de San Jerónimo. Los pequeños retrocedían ante la invasión de los grandes a los parajes más apartados, donde establecían nuevamente sus juegos.

Desgraciadamente, sin saber él mismo por qué, la convicción de que su esposa le estaba engañando, entraba en su alma y se enseñoreaba de ella. Cuando había venido a Tejada a pie, hacía dos meses escasos, esta convicción no quería entrar. Por mucho que hacía para convencerse de que la delación del periódico era verdad, su mente y su corazón se negaban a darle asenso.

El sol no se enseñoreaba ya sino de uno de los ángulos del salón: al retirarse dejaba claro y nítido el ambiente, en el cual resaltaban con admirable pureza el obelisco del Dos de Mayo y las agujas del museo de Artillería y de San Jerónimo. Los pequeños retrocedían ante la invasión de los grandes a los parajes más apartados, donde establecían nuevamente sus juegos.

En fin, el P. Enrique, sin confesárselo a mismo, vino poco a poco a persuadirse de que con su espíritu iba como a llenar y compenetrar el espíritu de doña Luz, y notó apenas que ella se enseñoreaba ya por entero del espíritu de él, aunque con cierta subordinación y dependencia de otros sentimientos e ideas de valer muy superior, los cuales prevalecían sobre aquella nueva y poderosa influencia.