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Actualizado: 6 de octubre de 2025


Por otra parte, la oposición tan natural de D.ª Carmen lastimaba su orgullo. No faltaban comadres que llegaban presurosas á trasmitirle las palabras amargas que la viuda de Uceda pronunciaba refiriéndose á ella. Y en vez de comprender y perdonar estos desahogos de una madre, se enfurecía con ellos, los devolvía con creces y hacía recaer su cólera sobre el pobre Manolo, que ninguna culpa tenía.

¿Habéis andado vos en ello? por cierto; anoche traje una gargantilla de parte del rey, aunque sin nombrar la persona, á esa mujer. ¿Pero quién es el que, contrario al duque de Uceda, que pone ó quiere poner al príncipe en manos de esa mujer, pretende hacerle tiro, enredándola con el rey?... no puede ser otro que el duque de Lerma. Acertádolo habéis. Pero eso me importa muy poco.

¿Pues para quién, señor, es ese hábito? dijo con un sarcasmo mal encubierto ; ¿acaso para la aventurera con quien entretiene al príncipe el duque de Uceda? Para esa el collar de perlas, y más que fuere menester; esta cruz es para otra persona. ¿No conocéis á alguien que se haya hecho recientemente merecedor del hábito? Confieso á vuecencia que no.

Yo he venido á deshacer vuestras rebeldías, señor duque de Uceda dijo el duque de Lerma, mientras doña Ana, aturdida, encendía las bujías. ¿Mis rebeldías, excelentísimo señor? dijo el duque con calma ¿pues acaso hago yo otra cosa que defenderme? Defenderos, ¿de qué? De los agravios que vuecencia me ha estado continuamente haciendo por celos.

Pa ver una huerta con algunos árboles tísicos allá donde Cristo dió las tres voces... ¿Ha venido Espinosa? No; ahí no están más que Antonio, Pepe, Frasquito y su tío... ¡Ah! también acaba de salir Manolo, pero no ha estado en la reunión. ¿Qué Manolo? Manolo Uceda repuso ella ruborizándose. Velázquez frunció levemente el entrecejo, y la miró fijamente.

Lo mismo pregunté á Uceda; pero pidiéndome perdón por no revelarme lo que yo quería saber, me dijo que sólo presentaría las tales pruebas al juez ó á los jueces que hiciesen el proceso. ¿Es decir, que el duque de Uceda supone?... Que no me servís bien.

No importa, no importa; no luchamos sólo contra don Rodrigo Calderón. Os engañáis; el alma de Lerma es Calderón. Puesto Calderón fuera de combate, cae Lerma. Pero quedan Olivares, Uceda, y todos los demás que se agitan en palacio, que se muerden por lo bajo, y que delante de todo el mundo se dan las manos.

En 1607 contaba ya Roelas con no pocos discípulos que se apresuraron á recibir sus lecciones, viéndose siempre muy concurrida su academia, de la cual salieron, andando el tiempo, pintores como Juan de Uceda Castroverde, Varela y el gran Zurbarán.

Pues ved ahí lo que dice el duque de Uceda: que al separarle del príncipe se ha dudado de sus intenciones, que se ha supuesto lo que él en su lealtad, no ha pensado; que las gentes creen ver en su separación motivos ocultos y por lo tanto pretende... lo más extraño que puede decirse, duque, es casi una rebeldía lo que vuestro hijo pretende.

Esto es otra cosa dijo precipitadamente Montiño. El padre Aliaga no contestó. Montiño se encontraba terriblemente predispuesto á la confesión y continuó: Esta alhaja me la ha dado el duque para una dama. Hizo un gesto de repugnancia el padre Aliaga. Se trata de una dama á quien conoce el duque de Uceda. ¡Qué vergüenza! ¡qué corrupción! ¡qué escándalos! exclamó el padre Aliaga.

Palabra del Dia

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