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Entre algunos chistosos comenzó a llamárseles I promessi spossi. Y como suele suceder, al cabo de algunos meses llegaron a aburrir a la gente. ¡Pero, señor! ¿cuándo se casan estos chicos? D.ª Carolina consintió al fin, a ruego de Mario, en tutearle, y hasta llevó su condescendencia a permitir que la llamase mamá, todo en secreto por supuesto y cuando Sánchez no se hallaba presente.

Era el único que podía tutearle, como un privilegio de la época en que el general frecuentaba la tienda del gachupín como simple peón, llevándose al fiado de comer y de beber. Además, este personaje opulento y respetable era el que se encargaba de figurar como único contratista en todos los servicios de las tropas.

Lola le había enviado una sonrisita sarcástica que acabó de exasperarla. Se dirigió a la puerta. Siento mucho haberle molestado a usted le dijo fríamente cuando estuvieron lejos. Raimundo la miró sorprendido. Cuando nadie los oía acostumbraba a tutearle. ¿Molestia? Ninguna. ; porque, al parecer, estaba usted muy a gusto al lado de esa señora....

Aún más: D.ª Carolina llegó a consentir que la llamase mamá cuando estuviesen solos, y le prometió tutearle en el mismo caso. ¡Pero cuidado con que llegase a noticia de su marido! No satisfecho su tierno corazón con esto, al despedirse, cerca de la escalera, de su futuro hijo político le dio un beso maternal en la frente.

Pasó, de golpe, de la cólera a una amabilidad sonriente, como si experimentase dulce sorpresa con la visita. Era un amigo de Bilbao, un aficionado entusiasta, partidario de su gloria. Esto era todo lo que podía recordar. ¿Pero el nombre? ¡Conocía a tantos! ¿Cómo se llamaba?... Lo único que sabía ciertamente era que debía tutearle, pues entre los dos existía una antigua amistad.

Besábale la vieja el anillo con gran reverencia, pero a continuación le hablaba como a un individuo de su familia, faltándola poco para tutearle. El cardenal, rodeado a todas horas por el temor y la adulación, necesitaba de vez en cuando el trato franco y descuidado de la jardinera.

Refugio, la querida de Juan Pablo, estaba aquel invierno muy mal de ropa, y no iba al café del Siglo, sino al de Gallo, porque le cogía cerca (la pareja moraba en la Concepción Jerónima), y además porque la sociedad modesta que frecuentaba aquel establecimiento, permitía presentarse en él de trapillo o con mantón y pañuelo a la cabeza. Agregábansele a Refugio algunas personas con quienes tenía amistad fácil y adventicia, de esas que se contraen por vecindad de casa o de mesa de café. Eran un portero de la Academia de la Historia con su esposa, y un cobrador municipal de puestos del mercado, con la suya o lo que fuese. Este matrimonio solía ir los domingos acompañado de toda la familia, a saber: una abuela que había sido víctima del 2 de Mayo, y siete menores. El café se compone de dos crujías, separadas por gruesa pared y comunicadas por un arco de fábrica; mas a pesar de esta rareza de construcción, que le asemeja algo a una logia masónica, el local no tiene aspecto lúgubre. En la segunda sala, donde se instalaba Refugio, había siempre animación campechana y confianzuda, y como el espacio es allí tan reducido, toda la parroquia venía a formar una sola tertulia. En ella imperaba Refugio como en un salón elegante en el cual fuera estrella de la moda, Dábase mucho lustre, tomando aires de señora, alardeando de expresarse con agudeza y de decir gracias que los demás estaban en la obligación de reír. Poníase siempre en un ángulo, que tenía, por la disposición del local, honores de presidencia. Cuando Maxi iba, su cuñada le hacía sentar a su lado, y le mimaba y atendía mucho, con sentimientos compasivos y de protección familiar, permitiéndose también tutearle y darle consejos higiénicos.

Se me atragantaba tanto tratamiento; me daban ganas de gritar: «¡Pero qué porra de Eminencia e Ilustrísima, si nos hemos arañado de pequeños mil veces, porque este grandísimo ladrón no veía mendrugo ni albaricoque en mis manos que no quisiera zampárseloGracias que le hablo de usted desde que le vi beneficiado de la catedral, pues a un sacerdote no está bien tutearle como a un monago.