Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 12 de octubre de 2025
Fuí a la sala. Allí estaban mis tías. Después de la presentación oí con espanto que Angelina no me había engañado. El anciano tenía resuelto llevársela. Lamentaba la separación, porque, al fin, la «muñeca» estaba allí muy bien. Pero hacía falta, hacía falta en la casa cural.
¿Y qué puede haber más antipático a los ojos de los tíos y tías de Alfonso, tan severamente razonadores, que este casamiento tan novelesco con una extranjera? Apenas me atrevo a hablar a mi marido y a sus hermanos, y de no ser así, no puede llevarse adelante el matrimonio.
Es un magistrado les había dicho Crespo un día ; un aragonés muy cabal, valiente, gran cazador, muy pundonoroso y gran aficionado de comedias; representa como Carlos Latorre. Sobre todo en el teatro antiguo es lo que hay que ver. Esto era todo lo que las tías sabían del novio que se les preparaba a escondidas.
«Tal vez, aunque no era seguro, ni mucho menos, entre aquellos hombres que la admiraban de lejos, devorándola con los ojos, habría alguno digno de ser querido... pero las tías se encargaban de mantener las distancias que exigía el tono, y los pobres abogadillos, o lo que fueran, tal vez demócratas teóricos, respetaban aquellas preocupaciones, y participaban a su pesar, de ellas.
¡Y a mucha honra, y a mucha honra!... ¡re-hostia! gritó fuera de sí el chalán, levantándose encolerizado . ¡Vaya con las tías estas...! Jacinta daba diente con diente. Rafaela quiso salir a llamar; pero su propio temor le había paralizado las piernas.
A Germán, que no pareció por Loreto, se le atribuían quince años. «Por este lado no había dificultad». Doña Camila se creyó obligada en conciencia a indicar algo a la familia. Al padre no; sería un golpe de muerte. Escribió a las tías de Vetusta. «¡Era el último porrazo! ¡El nombre de los Ozores deshonrado! porque al fin Ozores era la niña, aunque indigna».
Las miradas de doña Águeda, algo más gruesa, más joven y más bondadosa que su hermana, iban cargadas de estas preguntas cuando se clavaban en Anita al darle un caldo. La huérfana sonreía siempre; daba las gracias siempre. Estaba conforme con todo. Las tías veían con impaciencia que se prolongaba aquel estado. La niña no acababa de sanar, ni recaía; no se presentaba ninguna solución.
Allí murieron mis padres, dejándome en la cuna; allí el abuelo se durmió tranquilamente en el Señor; allí corrió mi vida regocijada y venturosa. ¡Con qué pena dejarían mis tías aquella casa, centro de todos sus afectos, relicario de los más dulces recuerdos! Me la imaginaba, y mis ojos se llenaban de lágrimas.
Ya escribí la otra carta, para que no te veas en el compromiso de leer ésta delante de tus tías, y así será en lo de adelante. Dos cartitas: una para tí y para todos, otra para... «mi Rodolfo». Cuida mucho de tus tías, particularmente de doña Carmelita. Piensa que la pobre está muy enferma, muy nerviosa, y necesita cariño y amor. Ya les escribo cuatro renglones.
Llegamos a la tienda de «La Legalidad». ¿Entras? me dijo. ¿Quieres un refresco? No; voy a tomar chocolate con las tías, y luego a casa de don Carlos. ¿A qué hora saldrás de allá? Después de los fuegos, o, si puedo, antes. Te aguardaré en la esquina de la parroquia. Pasa por mí a la casa del señor Fernández. No.... ¿Por qué no?
Palabra del Dia
Otros Mirando