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Actualizado: 12 de junio de 2025


¡Ya lo creo! ¡Reclamar la viudedad... ella... causa de la muerte del digno magistrado! Sería indigno. Indigno. Y ya no está bien que viva en el caserón de los Ozores. Claro, porque aunque se lo regaló su esposo, según dicen, él fue quien se lo compró a las tías de Ana, y no con bienes gananciales, sino vendiendo tierras en la Almunia. Sea como sea, ella no debía vivir en esa casa.

«Soy una bestia, pensó; debí haber callado». Cada vez que faltaba a su propósito de no contradecir a las tías, sentía una especie de remordimiento, como el del artista que se equivoca. Entró doña Águeda. Había oído la conversación desde el gabinete. Las dos hermanas se miraron. Era llegada la ocasión de explicar lo del ten con ten.

En nombre de las dos estatuas que eran las tías paternas del señorito de Limioso había visitado éste a Nucha; vivía también en el Pazo el padre, paralítico y encamado, pero a éste nadie le echaba la vista encima; su existencia era como un mito, una leyenda de la montaña.

Pues yo protejo a toda su familia. Si no fuera por , ya estarían fundidos. Cierto que Clotilde y sus hermanas, las tías de Inesita, me corresponden, haciendo cuanto pueden por vencer la resistencia de la muchacha y arreglar esta boda en que se halla comprometido mi amor propio y el de toda mi familia. Ningún Nuezvana ha sido nunca desdeñado en la sociedad de Buenos Aires.

Y mi felicidad la ve en el apellido de Carlitos, en las estancias de Carlitos, en las casas de Carlitos, en las herencias que le van a caer a Carlitos de su abuela, de sus tías, de sus tíos, de no quién más... campos aquí y allá, media avenida Alvear, otro tanto en Callao y Florida, cien mil vacas, un millón de ovejas... ¡qué yo!

Ahora más que nunca necesitan de . ¿De qué sirve ir a verlas de cuando en cuandoTraspasó, malbarató el «changarro», lió el petate, y se vino a Villaverde. En Pluviosilla hubiera estado mejor y habría medrado fácilmente, pero como su objeto era vivir cerca de mis tías no vaciló en trasladarse a la budística ciudad.

Por eso pensó en sus tías a quien no conocía, de las que sabía poco bueno, y deseó su presencia, creyó firmemente en la fuerza de la sangre, en los lazos de la familia. Durante la convalecencia de la primera fiebre, las primeras fuerzas que tuvo las gastó el cerebro imaginando poemas, novelas, dramas y poesías sueltas.

Tienes razón. ¡Calma, muchacho, calma! A fin de semana estaré en la hacienda; iré a ver al niño, a ese pobre chiquillo que está muy delicado, y entonces, delante de , arreglaremos eso. Nada tengo que decirte. Visitaré a tus tías, cuidaré de ellas.... Puedes irte tranquilo. ¡Verás qué bien te va...! ¡Adiós, muchacho; dame un abrazo, y que Dios te bendiga!

«El sutil talento de usted, señora o caballero, percibirá en seguida la diferencia enorme, inconmensurable, que me separa de los demás solteros, y su corazón preverá un éxito fácil. »Error grave, señora. »Hago a usted juez de la situación. »Hará unos tres meses, una de esas excelentes tías de que he tenido el honor de hablar, me hizo insinuaciones a propósito de un proyecto de matrimonio.

¡Si sabrá una! ¡Si una hubiera querido! Y suspiró esta señorita de Ozores. Suspiró su hermana también. Ana que descansaba, vestida, sobre su pobre lecho, saltó de él a las primeras palabras de aquella conversación. Pálida como una muerta, con dos lágrimas heladas en los párpados, con las manos flacas en cruz, oyó todo el diálogo de sus tías.

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