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Actualizado: 4 de junio de 2025
Las casualidades de que hablábamos repitiéronse varias veces, sin que Laura se diese por enterada ni acusase recibo del beso. ¡Era tan leve y tan tímido! Si hubiese mostrado enojo, el pobre Pedro hubiera empeorado y acaso sucumbido. Pero con aquella dulce medicina nuestro mancebo se fué mejorando de un modo rápido, hasta levantarse á los doce días del lecho.
Recibió por fin a Núñez, que diariamente le enviaba billetes inflamados; intimó con las amigas que se desvivían por distraerla y entró a formar parte de aquella sociedad divertida y galante. Fue una rebelión, una necesidad de su naturaleza, que de otro modo hubiera sucumbido.
El cielo también la había mirado con ceño, y ella no había sucumbido sin embargo. Pero el ceño de este hombre pálido, débil, pecador, á quien el pesar abatía de tal modo, era lo que Ester no podía soportar y seguir viviendo. ¿No me quieres perdonar? ¿No quieres perdonarme? repetía una y otra vez. ¡No me rechaces! ¿Me quieres perdonar?
Á la conclusión hay una batalla entre un tabernero, una castañera, un granuja callejero y otros héroes de igual jaez, que componen sus personajes. Después que han sucumbido la mayor parte en la contienda, termina la tragedia de esta manera: TÍO MATUTE. Aguárdate, mujer, y no te mueras... Ya murió: yo también quiero morirme, Por no hacer duelo ni pagar exequias. ¡Ay, padre mío! Escúchame.
Podría parecer superfluo sostener una polémica contra el sistema crítico, que parece haber sucumbido para siempre con el pasado siglo; pero téngase en cuenta, que, si por una parte han ofendido gravemente á los dramáticos españoles los falsos juicios que inspiraron, hasta el punto de ser indispensable responder á tales provocaciones; por otra sabemos muy bien, recordando muchas obras recientes, que los antiguos errores aún no han sido extirpados por completo, y que, cambiando de forma, aspiran á dominar de nuevo.
El espíritu de venganza ha sucumbido por su imprudencia; lo queria todo, lo exigia todo, y con urgencia, con imperiosidad, sin consideraciones de ninguna clase; y el corazon se ha ofendido de semejante desman; ha creido que se trataba de envilecerle, ha llamado en su auxilio á los sentimientos nobles, que han acudido presto y han decidido la victoria en favor de la razon.
¡Sí, al sentir el fuego que recorre mis venas, he comprendido que para mí no había otro bien en la tierra que en esta otra mitad de mí mismo, de la que la injusta suerte me ha separado! ¿Y quién me devolverá esos días de delicia y de gloria? ¿Quién será capaz de hacerme revivir ese pasado que ha devorado mi porvenir? ¡Aquel tiempo ¡ay! en que mi corazón estaba inundado de afectos tan dichosos! ¡en que todas mis facultades gozaban de una actividad tan poderosa, en que su sola proximidad, el rumor de su voz o el más ligero contacto me producían tal estremecimiento que me parecía que la vida iba a abandonarme o que mi alma se precipitaba en mis nervios! ¡Entonces lamentaba no poseer bastantes fuerzas para soportar mi felicidad, o bastante amor para sucumbir a él! ¿Por qué no debía de haber sucumbido de aquel modo, exhalar mi último suspiro en aquel estado de beatitud? ¿Por qué no me atreví a ceñirla entre mis brazos, a arrebatarla como una presa, a arrastrarla fuera de la vida de los hombres y a proclamarla mi esposa ante el cielo?
»¡Quiera Dios que se cumpla su deseo! ¡Ojalá encuentre usted esa alma que la suya está buscando y al disfrutar todas las dichas del amor no llegue a conocer sus tempestades! Porque, ¿qué sería de usted, Antoñita, si se viese arrollada por la ola del infortunio, cuando yo, que soy hombre, he sucumbido a su empuje irresistible? »¡Ah! Usted, Antoñita, no conoce aún el amor.
Y la dirección fue a la montaña y puso en ella unos caballitos, y ya nadie mira el paisaje, sino los caballitos, y la Naturaleza ha sucumbido una vez más. Hoy el Casino no necesita ya hacer esfuerzo ninguno para atraer al veraneante. El veraneante le pertenece por entero.
Si hubiese sucumbido, como el doctor casi esperaba, podía usted haber tenido un consuelo. Lo más triste cuando muere un ser querido lejos de nosotros debe ser el pensar que le habrán faltado los cuidados que nosotros le hubiéramos prodigado. A mí, en cambio, nada me falta y todos son muy buenos para mí, incluso el señor de Villanera.
Palabra del Dia
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