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Actualizado: 21 de junio de 2025
Según se iban acercando a ella, el blanco cinturón, que desde lejos parecía ceñirla, rompíase en mil pedazos separados por considerable distancia. Ruido formidable de muchedumbres que combaten, cadenas que se arrastran y peñas que se desgajan, venía de allá indicando a nuestros viajeros que se acercaban al término de su jornada.
¡Sí, al sentir el fuego que recorre mis venas, he comprendido que para mí no había otro bien en la tierra que en esta otra mitad de mí mismo, de la que la injusta suerte me ha separado! ¿Y quién me devolverá esos días de delicia y de gloria? ¿Quién será capaz de hacerme revivir ese pasado que ha devorado mi porvenir? ¡Aquel tiempo ¡ay! en que mi corazón estaba inundado de afectos tan dichosos! ¡en que todas mis facultades gozaban de una actividad tan poderosa, en que su sola proximidad, el rumor de su voz o el más ligero contacto me producían tal estremecimiento que me parecía que la vida iba a abandonarme o que mi alma se precipitaba en mis nervios! ¡Entonces lamentaba no poseer bastantes fuerzas para soportar mi felicidad, o bastante amor para sucumbir a él! ¿Por qué no debía de haber sucumbido de aquel modo, exhalar mi último suspiro en aquel estado de beatitud? ¿Por qué no me atreví a ceñirla entre mis brazos, a arrebatarla como una presa, a arrastrarla fuera de la vida de los hombres y a proclamarla mi esposa ante el cielo?
Salomé profesaba mucho cariño á aquella prenda, porque le parecía que al ceñirla á su muñeca llevaba consigo un amuleto de perpetua juventud. Se te va á caer le dijo su tía, viendo cómo se balanceaba la prenda sobre el antepecho del balcón. No se cae dijo Salomé, que gustaba mucho de lucir en las grandes solemnidades aquel mueble hereditario, y creía que desde la calle hacía un efecto magnífico.
Palabra del Dia
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