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Actualizado: 12 de junio de 2025


Seguramente, amigo mío y si usted quiere ir á encontrarnos en Marsella, tendremos mucho gusto en llevarle por mar dentro de quince días. Al oir esta proposición la fisonomía de Sorege se tranquilizó. Movió la cabeza y dijo en tono cordial: Agradezco á ustedes vivamente su amabilidad, pero no puedo alejarme de París.

Entonces Tragomer, cubriendo con una mirada á su interlocutor, dijo recalcando las palabras hasta darles un tono amenazador: Dime; ¿has conocido á miss Harvey durante tu viaje á América? Sorege no levantó los ojos, siguió cerrado é impasible, pero se levantó lentamente, cogió un cigarrillo y le encendió en la chimenea, como si quisiera tomarse tiempo para reflexionar.

Con mil amores, dijo el bretón; y con más motivo todavía, puesto que Sorege es el que ha hecho el gasto. Todos rieron y el mismo Sorege se dignó alegrar un poco su impasible fisonomía. Ahora, dijo la americana, no me interesa ya permanecer aquí y me voy. Hizo una señal á su padre y se alejó seguida de Sorege.

Creía poder contar con más seguridad. ¡Siempre este cúmulo de inquietudes y de recelos cuando creo haberlos alejado definitivamente. De usted depende, en efecto, asegurar su porvenir contra toda investigación importuna, dijo con placidez Sorege. No tiene usted más que representar su papel y hacer aquí lo que hizo en San Francisco, para evitar todo peligro.

Al verlos y al oirlos no se hubiera sospechado la gravedad de las palabras que habían cambiado ni la importancia de los intereses que andaban en juego. Sin embargo, si alguien hubiera tocado el cuello de Sorege, hubiera observado que le tenía empapado en sudor como si acabara de dar una larga carrera.

El conde de Sorege, que estaba fumando con beatitud sentado en un sillón, sin que pareciese prestar atención á lo que se hablaba, se levantó y se aproximó al grupo del que Harvey era el centro. El ganadero, interesado por la noticia de Marenval, preguntó: ¿Y dónde irán ustedes, si no es indiscreción? Marenval permaneció mudo y Tragomer se encargó de las explicaciones.

Pero su asiduidad no tardó en cambiar de forma y cesó ante el señor de Tragomer. La verdad es que el tal Sorege veía desaparecer rápidamente la fortuna de la casa, pues estaba demasiado al corriente de las locuras de su amigo y acaso las fomentaba lo suficiente para saber á qué atenerse respecto al dote de la señorita. Estaba seguro de que el hijo de la casa dejaría en la calle á su familia.

No; y precisamente por eso se alejó de mi hijo, pues no quiso contraer deudas para asociarse á sus gastos... ¡Ese fué el principio del desastre! Perdóneme usted si insisto, pero es de toda necesidad. ¿Cuando Jacobo conoció á esa desgraciada mujer que le condujo á la locura... á esa Lea Peralli, estaba todavía Sorege en buena amistad con él? Seguramente.

Si has sido cómplice, será preciso que me pagues todas las torturas que he sufrido por tu causa, las oraciones de mi hermana desesperada, las lágrimas de mi madre, cuya vida has truncado... La cara de Sorege, se contrajo, una arruga de amargura apareció en sus labios y con una rabia que ya no podía contener, dijo: ¡Basta ya de amenazas! ¡Demasiada paciencia he tenido ya!

Taparme los ojos para no ver sería imitar al avestruz, que esconde la cabeza creyendo evitar el peligro. El señor de Sorege no tiene fortuna, no es un genio, no posee una instrucción excepcional; no tiene más que su nombre. Si ese nombre no está sin mancha, no le quiero por nada del mundo. El golpe fué seco y duro como un latigazo.

Palabra del Dia

rigoleto

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