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Actualizado: 12 de junio de 2025
Por una parte la señora de Freneuse tenía á Sorege por un perfecto caballero que había ejercido saludable influencia sobre su hijo. Por otra, María declaraba que el amigo de su hermano le había desagradado siempre y que le creía más hábil que leal. En fin, lo que era más grave y verdaderamente interesante, la opinión del criado de confianza.
Figúrate otro yo; imagina que has sido vendido por otro Cristián, y si buscas tan cerca de tu corazón, encontrarás al hombre que buscas. La fisonomía del desgraciado tomó una expresión terrible; sus ojos se agrandaron como si vieran un espectáculo aterrador, sus manos temblaron al levantarse hacia el cielo y en un grito inconsciente lanzó este nombre: ¡Sorege! Tragomer sonrió con amargura. ¡Ah!
No te guardo rencor, puesto que tuviste interés en obrar de ese modo. ¿Pero me conocía también Jenny Hawkins? ¿Por qué? En el momento en que se cerró la puerta, tú dijiste en voz baja: "¡Cuidado! ¡Tragomer!..." Sorege frunció imperceptiblemente las cejas. Acaso se sentía algo rudamente apurado y empezaba á ponerse de mal humor. Con cierta sequedad respondió. ¿Oíste? ¡Ladino! Tienes buen oído.
Quiso entonces penetrar hasta el fondo del pensamiento de miss Maud y dijo: Ese pobre Freneuse, señorita, era un infeliz muchacho que conocíamos el señor de Sorege y yo desde la infancia y cuyas aventuras han sido causa de una gran aflicción para todos los que le tratábamos.
El yanqui acogió á Sorege con perfecta cordialidad, pues no entraba en su carácter discutir sobre asuntos ya resueltos. Le dió golpes en las rodillas capaces de aplastar un búfalo y observó con placer que el joven no flaqueaba. La prueba de los cocktail fué también favorable á Sorege, que era de esas personas que beben sin riesgo porque hablan poco y no se aturden con su propia excitación.
Fuera de esto, no se podía menos de hacer justicia á Sorege, y Tragomer no podía negar que el amigo de Jacobo era un hombre perfectamente educado, instruído, elegante y de cara agradable, muy valiente, según había probado en diversas ocasiones, y de excelente consejo cuando se le consultaba un asunto difícil.
Sorege se levantó bruscamente y dijo con acento furioso: ¿Si no son ellos, soy yo? En este instante se abrió la puerta y apareció Julio Harvey, rojo de indignación. ¡Pardiez! sí, es usted, puesto que es preciso decírselo. ¿Hase visto obstinación semejante? Mi hija le ha tratado con demasiada consideración... Yo no hubiera tomado tantas precauciones. Sorege hizo un gesto terrible.
Yo soy enteramente americana en ese concepto y quiero, si me caso con usted, señor de Sorege, no tenerme que arrepentir de llevar su nombre. Tiene usted muchísima razón, miss Maud, pues es lo único que aporto al matrimonio, ó poco menos. Pero ¿sospecha usted que mi nombre pueda estar comprometido? Señor conde, hay muchas maneras de estarlo.
Si Sorege se pusiera en guardia, sus cómplices serían advertidos y las pruebas desaparecerían. Ahora comprendes, Jacobo, que es preciso que salgas de aquí sin tardanza. La ocasión es admirable. Tenemos un navío á nuestra disposición. Mañana podemos darnos á la mar y esa es la salvación, la libertad y la rehabilitación. ¡Me vuelves loco! exclamó dolorosamente el penado.
Si Lea había hablado había que impedir que escribiese, pero para esto había que verla, y la puerta seguía cerrada, y la casa parecía vacía. Sorege dijo en voz alta: Aunque tenga que estar aquí hasta la noche, la he de ver. Se sentó en un escalón y allí permaneció en la oscuridad, emboscado como un cazador al acecho.
Palabra del Dia
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