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Actualizado: 24 de junio de 2025
Se sonrojó levemente al darse cuenta de su error, mientras Amaury tomándola de la mano la hacía volver al tocador y le decía con acento que revelaba, una penosa ansiedad. ¡Magdalena! ¡Magdalena mía! ¿Qué tienes? ¡No te conozco esta noche! Ella se dejó caer en un asiento y rompió a llorar. ¡Sí! ¡Sí! exclamó.
Bonis, que había caminado solo, detrás de doña Celestina, cuidando de que el pañuelo que cubría el rostro de Antonio, dormido, no se deslizara al suelo, no había tenido tiempo, mientras iba por las calles, para sentir la ternura grave y poética propia del caso; más bien recordaba después haber experimentado así como un poco de sonrojo ante las miradas curiosas y frías, casi insolentes y como algo burlonas, del público indiferente y distraído.
La pobre Beatriz quedaba así fuera de aquella vida de placer y de lujo, en medio de la cual presentía, por otra parte, que su sencillo traje y modesto continente habría sido motivo de sonrojo. Educada ella misma en los esplendores de la vida mundana, tenía, como la mayor parte de las jóvenes de su clase, irresistibles aficiones a la elegante vida del sport.
Y diz que lo es frío o calor bien pudo tener; pero lo que es vergüenza, ni el canto de una uña, pues en la piel no se le notó la menor señal de sonrojo. Entendido está que la Inquisición se echó sobre el último maravedí de la mazamorrera, y que los terranovas la negaron obediencia y la destituyeron. Barrunto que entre ellos sería caso de vacancia la acusación de brujería.
Quizás esta linda mujer que no es más joven que él y que se apoya en su brazo esté más cambiada que su marido; el encantador sonrojo que antes coloreaba constantemente sus mejillas quizás no reaparezca más que momentáneamente bajo la influencia del aire fresco de la mañana o de alguna gran sorpresa.
La hija del pecado no debiera tener bienes, ni honra, ni nombre siquiera, y todo esto conservará y de todo podrá gozar sin remordimientos, sin sonrojo. En la última parte de su discurso Doña Blanca estuvo hermosa, sublime como una pantera irritada y mortalmente herida. Se había puesto de pie. Al fraile se le figuraba que había crecido y que tocaba con la cabeza en el techo.
¿Qué queréis que os diga? balbuceó Marta casi dominada por la angustia . ¿Qué deseáis que os responda? Una sola palabra: un «sí» quedo y breve, Marta. Marta, ¿me amáis? El aya bajó silenciosamente la cabeza; su frente y sus mejillas se cubrieron de un vivo sonrojo. Sufría atrozmente y luchaba con desesperación contra la vergüenza que le causaba y le oprimía el corazón.
Parece que hoy no está usted con muy buen humor observé, sin poder dejar de sonreírme. No, no lo estoy confesó. La señora Percival está haciéndose muy pesada. Deseo ir esta tarde a Mayvill, y ella no me quiere dejar ir sola. ¿Por qué desea, con tanto empeño, ir sola? Se sonrojó ligeramente, y por un momento pareció desconcertada.
Su Manolita no le permitía jamás que se quitara los guantes y hasta quería que comiese con ellos, para ir según ella decía acostumbrándose a los usos de la gente elegante. ¡Y el diario paseo por la Alameda...! ¡Dios, qué sonrojo!
Pero Clara, aunque se sorprendió mucho, no dió importancia al hecho. La otra se sonrojó ligeramente, y tomando de nuevo el libro de Santa Teresa, dijo: Voy á ver si encuentro un pasaje que hay aquí recomendando la penitencia. Hojeó el libro, y leyó.
Palabra del Dia
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