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Actualizado: 4 de junio de 2025


¡Bah! dijo la abuela, para ser una solterona tan convencida de su derecho, la Princesa no tuvo mucha perseverancia... Es verdad contestó el buen cura, que no quería contrariar de nuevo a la abuela. Ese fue entonces el comienzo de la rebelión objetó la abuela, levantándose para despedirse del cura, al que habíamos hecho perder un tiempo precioso.

Todos estos tipos de solteronas viven juntas en medio del alegre concierto de burlas imparcialmente distribuidas a todas sin distinción de mérito. Cuando se quiere designar un carácter susceptible se dice: Es una solterona. Cuando se habla de un espíritu estrecho y vulgar, se exclama con mirada desdeñosa: Qué se puede esperar de una solterona...

¡Diantre! ¡no había pensado en eso!... Y yo, un viejo lobo, me pongo tan turbado como ella. Habrá que avisar al ebanista digo. Mi querido Jorge dice ella con importancia; perdóname si creo que entiendo el asunto mejor que . ¡Hum, hum! le digo, amenazándola con el dedo, porque mi mayor placer ha sido siempre plantar en el banquillo su pudor de solterona.

El genio no tiene patria respondió la Roubinet convencida. Internacionalista y solterona... Es el colmo... ¡Ah! añadió Francisca cada vez más nerviosa, no quiero quedarme soltera... ¿Sueña usted con el acuerdo de dos almas hermanas? preguntó la Roubinet, que no pensaba en enfadarse por las ocurrencias de Francisca. Lo comprendo... Encontrar en la vida una alma a nuestro diapasón... ¡Qué ideal!...

Bajo las cocas argentinas de la solterona se deslizó una débil sonrisa. Tranquilícese usted, señor conde, al menos en cuanto a la última dijo con sencillez. He amado mucho, apasionadamente, puedo confesarlo a mi edad... Pero el hombre a quien he amado no es usted.

Ella lo llamó por teléfono para decirle que no volviese más a su casa, sin una palabra, ¡sin una mirada que atenuase tan brutal resolución!... ¡Cuánta mayor nobleza y sentimiento había en la pena de esta pobre muchacha soltera, casi solterona ya, que ahora le hablaba en nombre de su hermana menor!

Vió al sol descender por detrás de las negras hayas, y extenderse poco á poco la sombra sobre el cielo rojizo, hasta quedarse todo obscuro. Cerró entonces la ventana y cogió un libro. En el salón, la señorita Guichard y Bobart no jugaban esta noche su partida acostumbrada. La solterona estaba pensativa; el episodio del perro le parecía muy extraño.

Inocencio escribió a la Princesa una carta llena de razón y de dulzura, en la que se esforzaba por demostrar a la joven qué desagradable sería para la familia real contar con una «solterona» entre sus miembros. El cura recalcó la palabra «solterona» con entonación tan burlona, que la abuela y yo soltamos la carcajada.

En las novelas, Francisca, pero en la vida... En la vida pasa como en las novelas... Créeme, Magdalena, he leído bastante para conocer la materia... ¿Crees entonces?... pregunté un poco influida por la convicción de Francisca. ... Con tus ideas y tu educación, tenía que suceder... ¡Ah! Magdalena, la solterona se transforma en una enamorada... Es graciosísimo... Sonreí débilmente.

Véase cómo la solterona se convierte en un objeto antipático cuando debiera ofrecer el más singular de los atractivos, el de un enigma que descifrar. 9 de diciembre.

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