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Actualizado: 27 de octubre de 2025


Desde el obscurecer estábamos en palacio cuatro de los míos y yo; dos fuera en acecho; dos en el patio hasta que se cerraron las puertas, y yo en el interior. Vagaba yo por las galerías, y sin saber cómo no podía separarme de la habitación de doña Clara Soldevilla, cuando he aquí que un hombre llama y le abren.

Lo que más inquietaba al joven era que suponía que Quevedo habría sido también preso, porque ¿cómo explicarse que estando libre Quevedo no hubiese hecho en su favor maravillas? Y dolíale, además, el estado aflictivo que suponía en doña Clara Soldevilla. Cuando le prendieron en su aposento, la joven se puso pálida y se desmayó.

Antes de entrar en la materia de este capítulo, debemos dar algunas noticias á nuestros lectores á la manera de sueltos de periódico: Don Juan Téllez Girón fué preso aquel mismo día, en el aposento de su esposa doña Clara de Soldevilla, como acusado del estado en que se encontraba don Rodrigo Calderón, y en el momento en que preparaba un viaje, circunstancia agravante que el alcalde encargado de su prisión hizo constase en la diligencia del escribano que le acompañaba.

El uno era el marqués de Soldevilla, hombre de media edad, enteramente rasurado, color erisipeloso y dientes amarillos, que hablaba muy alto para aparecer campechano: el otro, un coronel retirado, llamado Galarza, viejo, canoso, y hombre de pocas palabras y amigos. Venían de parte del Duque a arreglar un asunto grave, que había acaecido la noche pasada, en el terreno del honor.

¡Dorotea! por cierto. Como don Juan es joven y hermoso, con esa hermosura que deslumbra á las mujeres... No le conozco. ¡Oh! pues es un mancebo hermosísimo; ya ves: cuando en tres días ha llegado á ser marido de doña Clara Soldevilla, á quien todos, menos yo, creían de nieve, y ha enamorado á Dorotea, que no había amado nunca...

¡El sobrino de mi cocinero! exclamó con desprecio el rey . Esa es una alianza indigna de doña Clara; mi valiente coronel Ignacio Soldevilla, tendría mucha razón de enojarse conmigo, si yo introdujera en sus cuarteles un mandil y un gorro blanco: eso no puede ser... no será... Los reyes ennoblecen dijo contrariada la reina. El padre Aliaga acudió en socorro de Margarita de Austria.

Hirióle... ese bastardo de Osuna, ese don Juan, á quien yo no quién ha hecho capitán de la tercera compañía de mi guardia española. Lo ha hecho, señor, la reina, por amor á su favorita doña Clara Soldevilla. Esposa recientemente de ese don Juan... y á quien creo que ama mucho... pues bien, prendamos á ese don Juan para poder prender á Quevedo. ¡Cómo!

Por su madre, que por más que abonase por su inculpabilidad el duque, estaba acusada delante del mundo por aquel reconocimiento público de su hijo. Estas y otras muchas afecciones mortificaban al joven, y entre ellas no era la menor, la de que, á su juicio, su condición social hacía dificilísimo su casamiento con doña Clara Soldevilla.

Pero tened en cuenta que amo mucho á doña Clara Soldevilla, y que llevo vuestra palabra de que Quevedo no será preso. Y saludando al duque salió. El duque salió acompañándola y murmurando: Ese Quevedo debe de ser brujo.

Que lleven al momento esta carta donde dice el sobre dijo el padre Aliaga ; vos, seguid acechando; si esos hombres salen antes de que lleguen dos ministros del Santo Oficio, les haréis seguir por el lacayo de palacio que creáis más á propósito. Muy bien, señor. Ahora, enviad recado á la señora doña Clara de Soldevilla, menina de su majestad, de que yo la pido licencia para verla.

Palabra del Dia

aprietes

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