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Actualizado: 27 de octubre de 2025


Gonzalo miró alejarse el coche, y permaneció largo rato inmóvil, agarrando con la mano una reja de hierro de la puerta. Poco después de anochecer, llegó Pablito de la villa. Después de comer, aprovechó un momento para decir a su cuñado rápidamente: Mañana a las ocho en la quinta de Soldevilla... a pistola. A las seis pasarán por aquí Peña y don Rudesindo. Estáte preparado.

Y fray Luis siguió leyendo: «Ese mancebo nos ha entregado, por mano de doña Clara Soldevilla, aquellos papeles, aquellos terribles papeles.» ¿Y qué papeles son esos? A más de impaciente, curioso; son... unos papeles. ¿Y no puedo yo saber?... No: oíd, y por Dios no me interrumpáis. Oigo y prometo no interrumpiros. «A más ha herido ó muerto, para apoderarse de esos papeles, á don Rodrigo Calderón

Miró profundamente Montiño al tío Manolillo. Vuestro amigo don Francisco dijo el bufón contestando á aquella mirada me llama el mochuelo del alcázar. Os juro que no os entiendo. ¡Bah! ¿Y cómo os va de vuestros amores? ¿De mis amores? ¡Qué! ¿No estáis enamorado? ¡Yo! Mirad que doña Clara Soldevilla es demasiado persona para que se la engañe. ¡Doña Clara! ¡Oh, doña Clara! ¿La conocéis?

No hace mucho que se pronunció en este mismo aposento: os escuchaba... desde esa ventana; os oía á vos, al padre Aliaga, al tío Manolillo. ¿Doña Clara? Eso es... doña Clara Soldevilla. ¿Pero es cierto que él la ama? Podréis juzgar de ello dentro de poco. ¡Cómo! ¿vos podéis procurarme?...

, señor, vos... vos me habéis dicho no qué acerca de mi mujer... ¡Yo! , señor. El tío Manolillo me ha dicho también algo de eso. ¡También el tío Manolillo! Y el duque de Lerma. ¡Cómo! Y doña Clara Soldevilla. ¡Ah! Y, por último, esa mujer á quien Dios confunda... ¡Oh! ¡Dios mío! ¡como la otra! ¡como la otra! ¿Como qué otra? Como Verónica: ¿no os acordáis de mi primera mujer? ¡Ah!

Si ese hombre no hubiera venido á Madrid, no hubiera conocido á doña Clara Soldevilla, y no hubiera podido ayudarla, cuando esa mujer servía á la reina con su vida, con su honra; no hubiera encontrado á Quevedo, y sin Quevedo, no hubiera herido á tu buen secretario don Rodrigo Calderón; si no hubiera herido á don Rodrigo, si no le hubiera arrebatado las cartas que tenía de la reina...

Se os manda... se necesita que seáis capitán dijo severamente la dama. ¡Ah! ¡de ese modo! Id, pues. Una palabra. ¡Qué! ¿Sois dama de la reina? No, soy su menina. ¡Ah! su menina... y vuestro nombre, vuestro adorado nombre. Doña Clara Soldevilla, hija de Ignacio Soldevilla, coronel de los ejércitos del rey contestó la dama. ¡Ah! no en vano os llamáis Sol... Pero concluyamos, caballero.

Trabajó en sombreros de fieltro, en calzado de Soldevilla, y derramó por toda la Península, como se esparce sobre el papel la arenilla de una salvadera, diferentes artículos de comercio. En otra temporada corrió chocolates, pañuelos y chales galería, conservas, devocionarios y hasta palillos de dientes.

En su casa, en su cama, y orando junto á su cama el bueno del inquisidor general. ¿Y qué más queréis, don Francisco? Quiero real licencia para que partan cuando quieran á Napóles don Juan Téllez Girón, capitán de la guardia española del rey, con su esposa doña Clara Soldevilla, dama de honor de su majestad la reina. Pediré la licencia á su majestad.

Conque daos prisa y venid, que os espera la dama más hermosa que se tapa con guardainfante. ¡Ah, mal engendro! ¡injerto de dueña en cuerpo de sapo!... ¿qué me querrás que bueno sea?... Mas ahora recuerdo... en efecto... doña Clara Soldevilla tiene el malísimo gusto de hacerse servir por ti: si es ella quien me llama, huélgome, porque si ella no me llamara iría yo á buscarla.

Palabra del Dia

aprietes

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