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Actualizado: 27 de octubre de 2025
Sabrán que la duquesa de Gandía ha hecho un regalo á su buena amiga doña Clara Soldevilla: sólo vosotros sabréis que ese anillo dado por mi, mi anillo nupcial, representa la bendición de vuestra madre. Ahora, hijos míos... idos... estoy muy conmovida, necesito llorar á solas... llorar de alegría. Una palabra, una sola palabra, madre mía dijo don Juan. ¿Cuál?
El malaventurado cocinero del rey, hermano del fingido padre de nuestro mozo, se ha encontrado cogido por los enredos, y como es de pasta quebradiza y cicatera, ha cantado de plano, y vuestro hijo sabe quién es su padre y sábelo la corte, y sábelo todo el mundo, y lo único que ha sucedido á derechas y de lo que me alegro, porque el mancebo parece nacido con buena ventura, anoche le casó la reina con la hija del coronel Ignacio Soldevilla, que por ahí anda á las órdenes de vuecencia en los tercios de Nápoles.
He tenido que engañarla; ahora mismo la estoy engañando. ¡Engañando! Sí, por cierto; la tengo escondida en mi chiribitil, en el agujero de lechuzas, que me sirve de habitación hace treinta años. ¿Y por qué la engañáis? Si no fuera por sus celos, ella no hubiera venido; la he asegurado de que vería entrar á su amante en el aposento de doña Clara Soldevilla. ¡Su amante! ¿y quién es su amante?
Es como su madre, apasionada y violenta; de la misma manera que su madre se enamoró de mí á primera vista, ella se ha enamorado de un hombre; ese hombre es el que ha herido á don Rodrigo; ese hombre, que es sobrino del cocinero mayor de su majestad, ha hecho suerte en veinticuatro horas; anteayer por la noche entró en Madrid, y hoy se encuentra metido en palacio, protegido y casado con la dama más hermosa y más difícil de la corte: con doña Clara Soldevilla.
Quevedo llamó á la puerta de la casa donde estaba doña Clara Soldevilla. Cuando entró en el aposento donde estaba ésta con don Juan, la joven se levantó de una silla y corrió á su marido, le asió las manos temblorosa y le miró con ansiedad. Quevedo despidió al cocinero mayor, que todavía estaba allí. Don Juan sonrió enamorado, transportado de alegría, á doña Clara. Y esta alegría no era fingida.
No importa; se aman, yo os lo aseguro, padre Aliaga; él la hablaba con el corazón... ella le escuchaba con el alma, aunque no lo demostraba, porque doña Clara es muy reservada y muy firme... tan firme como hermosa, noble y honrada; ese joven es un tesoro... si no hubiese sido por ella... ella me procuró á ese valiente defensor, á quien yo ennobleceré de tal modo, á quien levantaré tan alto, que el orgulloso Ignacio Soldevilla no se atreverá á negar á la reina la mano de su hija para ese hidalgo.
Decid más bien que os han casado y me han casado á mí. ¿Os acordáis de las dudas que anoche teníais acerca de si yo era ó no la reina? Y no me he engañado, porque sois la reina de mi alma. Recordad las cartas que me trajísteis; anoche os preguntó doña Clara Soldevilla, hoy os pregunta vuestra esposa: ¿habéis leído aquellas cartas, señor?
La hermosa, la hermosísima hija, digo, si en los dos años que no la veo no la han dado viruelas, la matadora de corazones, engendrada por el buen Ignacio Soldevilla. ¿Y dónde está su padre? En Nápoles con el duque de Osuna. ¡Ah! ¡diablo! ¡diablo! paréceme que si los muchachos se quieren, podremos tener boda; pero maravíllame que doña Clara, que no le ha conocido hasta esta noche...
¿Por la ella del enredo? Sí; ¿cómo os ha ido con el rey? Me dejásteis temblando. Y allá se queda él confuso. ¿Tanto le habéis dicho? Al contrario, no le he dicho nada. Pero decidme, ¿por qué ansiais? Porque vayáis á ver al momento á doña Clara de Soldevilla. ¿A tan hermosa dama me enviáis? Vos podéis ir á ella sin que yo os envíe. Me estoy bien donde me quedo... ¿Llámame doña Clara? Sí.
Todos estos pensamientos incoherentes, revueltos, se agitaban de tal modo en la cabeza del cocinero mayor, que andaba maquinalmente sin ver por dónde iba. Cuando entró en palacio por la puerta de las Meninas, sintió que le tocaban en un hombro. Volvióse y se encontró delante de un viejo apergaminado. ¡Ah! ¡el rodrigón de doña Clara Soldevilla! exclamó.
Palabra del Dia
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