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Actualizado: 27 de octubre de 2025


Al bilioso Galarza se le ocurrió, para realizarlo, darle un bastonazo en la cabeza. Gonzalo no hizo señal de sentirlo. Peña, indignado, alza su bastón y ¡zas! le arrima otro garrotazo a Galarza. El marqués de Soldevilla, ¡zas! le da otro a Peña.

Decid á doña Clara Soldevilla, me dijo, si queréis sacar de un negro compromiso á su majestad la reina, que diga que no puede venir porque está enferma; que os siga, sin embargo, porque su majestad la necesita, y que cuando el rey haya salido de la cámara de su majestad la reina, entre á verla; para que el rey salga, decid á su majestad de mi parte que yo le pido audiencia para un asunto gravísimo, que no he podido encontrar quien me anuncie por la hora que es, y que me valgo de vos.

Ya he dado la provisión de capitán de la tercera compañía de la guarda española á doña Clara de Soldevilla para que se la entregue. ¡Oh! y habéis hecho muy bien, porque... se aman: él á ella como un loco: ella á él... no cuánto, pero esta mañana tenía señales en los ojos de no haber dormido... Pero según creo, no se habían visto hasta anoche.

Contaré á vuestra majestad lo que me ha sucedido: salía yo de la antecámara á llevar en persona la orden de vuestra majestad á doña Clara, porque, por fortuna, vuestra majestad me había dicho terminantemente: id y decid á doña Clara Soldevilla... debía yo ir... y fuí. Es cierto... una distracción mía, doña Catalina.

No, ciertamente: yo no hablo con nadie más que con las personas cuya lista da el duque de Lerma á la duquesa de Gandía. Os engañáis, porque habláis todos los días y á todas horas con una persona á quien no pueden ver ni la duquesa ni el duque. ¿Y quién es esa persona? Esa persona es vuestra favorita... la hermosa menina doña Clara Soldevilla.

Si queréis informaros mejor, decidme dónde podremos vernos, pero entre tanto asegurad, os lo ruego, á esas dos personas, y haced de modo que no puedan hablar con nadie. Es cuanto tengo que deciros. Vuestra humilde servidora, doña Clara Soldevilla

No me dejarán reposar; ni aun cuando rezo estoy seguro: vamos, Lerma, vamos: y espera aquí dijo el rey al montero mayor. Felipe III y su secretario universal se encerraron. Veamos de qué se trata dijo el rey con el empacho que le causaban todos los negocios. Del asunto de doña Clara Soldevilla.

Cuando entró en su casa doña Juana de Velasco, duquesa de Gandía, de vuelta de palacio, se encerró diciendo á su dama de confianza: Cuando vengan don Juan Téllez Girón y su esposa doña Clara Soldevilla, introducidlos y avisadme. A seguida se sentó en un sillón, y quedó inmóvil, pálida, aterrada, muda como una estatua.

La condesa entró en una cámara solitaria y llamó. Presentósela inmediatamente una venerable dueña. ¿Qué me manda vuecencia? dijo aquella ruina con tocas. Decid á doña Clara Soldevilla que venga. Doña Clara no está en el cuarto de las Meninas, señora dijo la dueña. ¿No está acaso de servicio? No, señora; está en su cuarto enferma.

Doña Clara Soldevilla solicitó una audiencia del rey y no pudo conseguirla. Dorotea esperó en vano toda la tarde al duque de Lerma y á don Francisco de Quevedo, con la mesa puesta, y ya cerca de la noche se puso verdaderamente mala y se metió en el lecho.

Palabra del Dia

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