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Además, el hombre que se había creído amado por la reina, don Juan Téllez Girón, el hombre por quien acaso la reina se interesaba, el que se había casado con doña Clara Soldevilla para cubrir acaso á Margarita de Austria; el recuerdo de aquel hombre, roía el alma del padre Aliaga. Porque el padre Aliaga, desesperado y loco, estaba celoso.

Decidme: ¿qué efecto os causó doña Clara Soldevilla la primera vez que la vísteis? No lo . ¡Pero experimentaríais algo al verla! Un deslumbramiento, una ofuscación, un no qué... luego... luego la casualidad me puso junto á ella... y mi alma entera fué suya... no, mi alma entera, no... ha quedado en ella un lugar para vos... No, no sois franco... ¿os inspiró deseo doña Clara? No.

¿Que no está sola la reina? ¡Otra desgracia!... ¿Pero quién está con la reina? Está... esa doña Clara Soldevilla; esa menina á quien tanto quiere, á quien tanto favorece, de la cual apenas se separa la reina mi señora... esa mujer á quien no ha sido posible arrancar del lado de su majestad. ¡Doña Clara Soldevilla! dijo el rey palideciendo más de lo que estaba ; ¿será necesario...?

¿Qué sucede, mi buena amiga la dijo el duque después de los saludos , que así me alegráis y asustáis al mismo tiempo, viniendo á mi casa? Sucede... sucede mucho... dijo la duquesa muchísimo. Adverso debe ser, porque tenéis señales de haber sufrido. Me he reconciliado con doña Clara Soldevilla. ¡Cómo! ¿con nuestra eterna enemiga? Desde hoy, duque, doña Clara es mi mejor amiga: es mi hija.

Así se triunfa de estas mujeres... ó á primera vista ó nunca. Me repugna... Sois mal galán de capa y espada... no servís para una comedia. Lo confieso. ¿No me habéis recibido por maestro? . Pues obedecedme. Bien quisiera, pero tengo el corazón lleno. ¡Alma de niño! ¡majadero incorregible! doña Clara Soldevilla es el corazón, esta mujer la cabeza. ¡Ah! ¿Me habéis comprendido?

El Marqués y Galarza llevaron a Peña y don Rudesindo adentro también, mientras Gonzalo daba una vuelta por la huerta. La posesión de Soldevilla se componía de un caserón medio arruinado con pocos y antiquísimos muebles cubiertos de polvo, una huerta bastante grande, más cuidada que la casa, y detrás de la huerta una vasta pomarada ya vieja.

Id y decid á doña Clara Soldevilla, mi menina, que venga dijo la reina, haciendo un supremo esfuerzo para que no se trasluciese en su semblante la agonía de su alma. El padre Aliaga se puso literalmente malo. La condesa de Lemos dejó caer el tapiz de la puerta de la cámara. Sólo una casualidad podía salvar á la reina de ser cogida de una grave mentira por el rey.

El rey ama á una mujer que... preciso es confesarlo, por hermosa, por discreta, por honrada, merece el amor de un emperador. ¡Pero vos estáis ciega, doña Juana! ¿no habéis comprendido que el rey está enamorado hasta la locura de doña Clara Soldevilla, verdadero sol de la villa y corte, y que vale tanto más, cuanto más desdeña los amores del rey?

El criado se salió de la huerta, lanzándole miradas de asombro y curiosidad. Eligióse el sitio en uno de los caminos más anchos del medio. Soldevilla fué a buscar al Duque. El día había amanecido despejado.

¿Qué tengo yo que ver con doña Clara Soldevilla? dije que la reina... ¡Desdichado! Era querida de mi sobrino. Pues habéis mentido como un bellaco exclamó Quevedo ; y ya que no tiene remedio lo que habéis dicho á la abadesa, guardáos, guardáos de volver á pronunciar esa calumnia. ¡Ah, don Francisco! exclamó Montiño, cuya alma se encogió de miedo, bajo la mirada terrible, incontrastable de Quevedo.